El señor de la casa de Coombe (fragmento)Frances Hodgson Burnett
El señor de la casa de Coombe (fragmento)

"Se sentó y escuchó en silencio el relato completo de Pluma. Y mientras lo escuchaba se dio cuenta de que en la vida pasaban cosas así: estar en una casa estrecha con la fachada de color crema, entre la mansión de la gran señora y el millonario en todo su esplendor, circunstancia que tenía la peculiaridad de añadir una nota de horror a la situación.
No era necesario dar más color ni desesperación al relato. Si Pluma hubiera hecho el menor esfuerzo en este sentido solo habría logrado atenuar la crudeza de los hechos. Eran simplemente inevitables, lo cual es suficiente en sí mismo. Pluma, pálida y presa de un pánico indecoroso, le expuso la situación con una claridad que, sin ninguna contribución por su parte, tenía verdadero valor dramático. Y eso, a pesar de ir saltando de unas cosas a otras y contando fragmentos inconexos de momentos diversos. Solo habría podido seguir su relato un cerebro con criterio suficiente para incluir y excluir información atinada y rápidamente. Coombe la observaba con atención. La razón de fondo de su angustia no era el desconsuelo de una viuda joven y desamparada. La razón de fondo era ella misma; la razón de fondo y la de forma también. La fuerza del hermoso cadáver tendido en la cama de la habitación, que la horrorizaba, el rostro rígido y sin color, antes tan bello, ahora tan insoportable de recordar, tenían un patetismo que emanaba únicamente del hecho de que Robert la hubiera decepcionado asombrosa e ilógicamente al morir dejándola sin nada más que deudas. Esta realidad agravaba verdadera y definitivamente la conmovedora situación de miseria, mientras le contaba, uno tras otro, todos los detalles. Habían dejado facturas sin pagar desde el momento en que se instalaron en la casa estrecha, habían engañado a los comerciantes, habían hecho promesas y hábiles jugadas sucias y habían mentido y representado escenas falsas ingeniosamente inventadas sin el menor remordimiento de conciencia; muy al contrario, se habían reído con cada una de ellas. Coombe lo veía todo, aunque también veía que Pluma no se daba cuenta de lo mucho que estaba contando. Comprendía la presión y la rabia que se iban acumulando con las jugadas que les salían mal, así como la firme determinación de los acreedores de zanjar el asunto de la única forma posible. A esta situación habían llegado antes de que Robert cayera enfermo; Pluma sabía que había habido entrevistas violentas y había visto cartas amenazadoras, pero no había creído que pudieran tener el peso que tenían. Puesto que las cosas se habían llevado de ese modo tanto tiempo, le parecía que sin duda podían seguir igual un tiempo más. Habían recibido algunas amenazas graves por el alquiler de la casa y el impago de los muebles. Robert se apoyaba en la idea de que tal vez pudiera «¡sacarle algo a Lawdor, a quien no le agradaría ser familiar de un tipo al que echaban a la calle!». "



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