La capital (fragmento)Robert Menasse
La capital (fragmento)

"De la mano del hombre no puede surgir una perfección que pueda compararse con la perfección de Dios, ni siquiera cuando el hombre cree que con esa pretensión le rinde el máximo honor. La basílica de Santa María, que se rebelaba contra el mercado pisándoles así simbólicamente los dedos de los pies a los hombres que se dedicaban allí a sus negocios, mientras que ella al mismo tiempo se empinaba para asir las estrellas, con una torre se quedaba corta, con la otra ya estaba más cerca del cielo, expresión del afán humano, que crece pero que fracasa en la perfección: esa iglesia era para Matek la expresión más significativa de la relación de los hombres con Dios. Muy distinta de Notre-Dame; un año antes Matek había tenido una misión en París. Como es natural, quiso ver la catedral de Notre-Dame y como es natural se quedó impresionado en un primer momento cuando se encontró delante de ella. Pero... ¿qué? Entonces lo había comprendido. Esa mente limitada, en el fondo endiosada, con la que se esperaba que unas reglas geométricas, aplicadas a pomposas dimensiones, pudieran reflejar la armonía divina del universo le había irritado, lo vio como una blasfemia. Y ésa era seguramente la razón por la que Dios había sido un frío e indiferente espectador cuando el herético filósofo Abelardo fornicó con la sobrina del canónigo, Eloísa, en el altar de esa catedral. Matek estuvo escuchando cuando una guía contó en esa iglesia, delante del altar, a un grupo de turistas ingleses que no paraban de reír, la siguiente historia: Y aquí ocurrió, sobre este altar, ladies and gentlemen. Aquí el joven profesor de filosofía Pedro Abelardo desfloró a su gran amor, Eloísa, la sobrina del canónigo de esta catedral. Abelardo y Eloísa, tan cantados y tan celebrados, ¡éste es el altar de su amor! Matek encontró la decisión del canónigo de hacer castrar al tal Abelardo completamente adecuada y justificada, y hasta benévola, pero incluso ese castigo que se llevó efectivamente a cabo, como contó la guía, no pudo anular, así pensaba Matek, que ese orgulloso templo estuviera profanado para siempre. Él lo había sentido. Qué distinta la basílica de Santa María de Cracovia. La miró hacia arriba, eran las 19.00 horas. "


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