Un buen hijo (fragmento)Pascal Bruckner
Un buen hijo (fragmento)

"Espabilé temprano, a los ocho años de edad, cuando una tía mía me descubrió con la cabeza metida entre las piernas de una prima y me despachó de un tortazo; pero me inicié tarde, casi a los dieciocho años. En aquella época, ante cualquier mujer, pensaba: «Es inalcanzable para mí», y daba media vuelta. Conseguir llegar al corazón de una desconocida se me antojaba una hazaña tal, que cuando conseguía un beso me sentía como un héroe. Me repetía: «Si acepta cogerme de la mano, será una victoria tan extraordinaria que tendré que prosternarme ante ella sobre el polvo». Cuando estaba a solas con una mujer, me quedaba mudo, inmóvil, incapaz de comunicar mis sentimientos o mi atracción. No sabía cómo acceder a aquellos bastiones inexpugnables. Si hubiera sido más despierto, habría podido burlar la vigilancia familiar, fintar con las prohibiciones, conocer un goce precoz. Pedía a mis amigos que me soplaran expresiones atrevidas, que yo aprendía de memoria y recitaba como un lorito. En resumen, abusé de esos amores inacabados de la juventud en los que uno oscila entre la humildad y el desprecio, y quedaba en mí algo de esa maldad de los niños, que son incapaces de divertirse sin maltratar a alguien. Durante la adolescencia vemos el amor como un proceso de domesticación de la novedad; no sabemos que amar es aprender a dejar que el otro se separe de nuestro lado, se despliegue a la distancia adecuada. Estaba tan inhibido como obsesionado, con el añadido de que mi madre, por una vez aliada con mi padre, no me quitaba la vista de encima. Ninguna damisela tenía derecho a franquear nuestro umbral sin haber sido previamente examinada por mi progenitora, que la sometía a un despiadado interrogatorio, y haber obtenido su visto bueno. En el momento menos pensado mi madre irrumpía en mi habitación de Lyon, en el primer piso, para comprobar que nos estábamos portando bien y que no aprovechábamos nuestra libertad para «cometer actos inconvenientes». Un día me contó con medias palabras la decepción que supuso para ella la noche de bodas: la incomodidad de la desnudez, aquel entrelazarse torpemente, la fealdad de los órganos apenas atenuada por la esperanza de la procreación. Si hay que darle crédito, quince días antes de la boda mi padre se reunió, él solo, con un médico que le explicó los misterios del cuerpo femenino y del florecimiento recíproco. A él le correspondía trasladar aquella información a su futura esposa, que no fue considerada digna de ser invitada. ¡Espero por ella que no llegara virgen al matrimonio! Para las mujeres de su generación, el deber conyugal era ante todo una humillación, rara vez seguida de placer. Por lo demás, su vida acabó tal como la había empezado, sumergida en agua bendita, pues durante sus últimos años se convirtió en una asidua visitante de Notre-Dame, loca de amor por el cardenal Lustiger, de quien no se perdía ni un sermón. "


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