Tango satánico (fragmento)László Krasznahorkai
Tango satánico (fragmento)

"Estike, que miró atrás una y otra vez, aún vio cómo ardía la punta del cigarrillo en su mano y ese fulgor fue como la luz de una estrella que se extinguía para siempre, la luz de la última estrella en el cielo cuya huella permanecía durante largos minutos en la oscura bóveda celeste hasta que sus contornos ondulantes acababan siendo absorbidos definitivamente por las pesadas tinieblas nocturnas que de repente se le echaron encima, disolviendo el camino bajo sus pies, y en las que tuvo la sensación de flotar impotente, desamparada, ingrávida y abandonada. Se puso a correr hacia la luz intermitente de la fonda, como si sustituyera la del cigarrillo de su hermano que acababa de apagarse, y antes de llegar y aferrarse al alféizar de la ventana de la fonda, sintió escalofríos porque su ropa estaba completamente empapada y la cortina de encajes se le pegaba al cuerpo ardiente y parecía hielo. Se puso de puntillas para ver el interior, pero no llegaba a la ventana, de modo que saltó; el cristal, sin embargo, estaba empañado, y sólo se oía un rumor confuso procedente del interior, el tintineo de un vaso o de una botella, alguna risa entrecortada que enseguida se mezclaba con voces que respondían y se superponían. Le zumbaba la cabeza y tenía la sensación de que unas aves chillonas e invisibles revoloteaban a su alrededor. Se apartó de la ventana, apoyó la espalda contra el muro y se quedó mirando ensimismada la mancha que la luz del interior dibujaba sobre la tierra. Sólo en el último instante se dio cuenta de que alguien se acercaba jadeando, con pasos lentos y pesados, por la subida que llevaba de la carretera a la fonda. Ya no tenía tiempo para huir, de manera que permaneció pegada al muro, inmóvil, los pies clavados en el suelo, confiando en no ser vista. Sólo se movió y corrió como una loca hacia aquella persona cuando reconoció al médico. Se agarró de su abrigo empapado, aunque habría preferido meterse bajo la prenda, y no se echó a llorar porque el doctor no la abrazó, de modo que se quedó ante él con la cabeza gacha, con el corazón latiendo a toda velocidad, la sangre palpitando con fuerza en los oídos, y ni siquiera se percató de que el doctor estaba diciendo algo, sólo percibió el tono de impaciencia y de rechazo en las palabras, pero no entendió su significado, y el primer momento de alivio fue sustituido por un incomprensible sentimiento de amargura, porque el médico, en vez de rodearla con los brazos, trataba de apartarla. "


El Poder de la Palabra
epdlp.com