Ladrón de guante blanco (fragmento)E.W. Hornung
Ladrón de guante blanco (fragmento)

"De los diversos robos en los que tomamos parte los dos, solamente unos cuantos son dignos de ser narrados prolijamente. No porque los demás contengan detalles que incluso yo vacile en contar, sino más bien por la ausencia de incidentes interesantes, lo cual los convierte en inútiles para mi presente propósito. En realidad, nuestros planes estaban tan cuidadosamente trazados (por Raffles) que las posibilidades de un fracaso quedaban prácticamente reducidas a un mínimo antes de empezar a poner manos a la obra. Posiblemente, y así sucedió en varias ocasiones, el botín obtenido no estaba a la altura de los medios empleados para conseguirlo, mas esto era la excepción, lo mismo que enfrentarnos a unos obstáculos no previstos o a un dilema realmente dramático. Incluso en el botín existía una gran semejanza ya que, naturalmente, únicamente las más valiosas piedras preciosas eran dignas de los esfuerzos que efectuábamos para conseguirlas. En resumen, nuestras mejores aventuras resultarían pesadas en forma narrada; y ninguna tanto como el asunto de las esmeraldas Ardagh, unas ocho o nueve semanas después de la semana de críquet en Milchester. La primera, no obstante, tuvo una secuela que preferiría olvidar más que todos nuestros robos juntos.
Era la tarde siguiente a nuestro regreso de Irlanda y yo estaba aguardando a Raffles en mis aposentos, ya que él había ido, según su costumbre, a disponer del botín. Raffles tenía su propio método de llevar a cabo esta parte vital de nuestro negocio, que yo me contentaba con dejarlo enteramente en sus manos. Creo que efectuaba el trato bajo el tenue pero efectivo disfraz de unas raídas ropas chillonas y usando siempre la jerga popular, de la que era un verdadero maestro. Además, de forma invariable, empleaba el mismo «perista», que ostensiblemente era un prestamista a pequeña escala, pero que era, en realidad, un bribón tan grande como el mismo Raffles. Sólo últimamente yo había conocido al tipo en persona. Necesitábamos capital para la consecución de dichas esmeraldas y obtuve un centenar de libras, del modo que cabe esperar de un anciano con voz suave y sonrisa seductora, incesantes reverencias y furtivos ojos que se movían de un lado a otro de las gafas. De este modo los primeros y los últimos despojos de la guerra tenían, en este caso, el mismo origen, circunstancia que nos encantó a ambos.
Bien, era necesario vender las esmeraldas y yo estaba esperando a Raffles con una impaciencia que crecía en mí con la oscuridad del crepúsculo. Me hallaba asomado a la ventana y allí permanecí hasta que los rostros en la calle ya no pudieron distinguirse. De pronto, se apoderó de mi mente la más espantosa de las hipótesis… una idea que no me abandonó hasta que oí abrirse la cancela exterior. "



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