El sutil cordobés Pedro de Urdemalas (fragmento)Alonso de Salas Barbadillo
El sutil cordobés Pedro de Urdemalas (fragmento)

"Más le agradó al ciego este villancico que lo principal de la obra, y por él se prometió venta y despacho provechoso, y así trató luego de los intereses, que como los de Pedro no eran más que lograr su embuste, le dio el papel gratis, encargándole mucho que le sacase luego a luz. Le pareció que así quedaba la diligencia bien hecha, y volviéndose a su casa, reposó aquella noche quieto. A la mañana, salió por el lugar y les dio parte a los amigos confidentes del estado que este negocio tenía, que alabaron, tanto como la invención, el modo de ejecutarla con suavidad y sin ruido. Entretenido de esta esperanza, pasó cuatro días, y al quinto logró el fruto de su sementera con abundancia y felicidad. Sucedió así:
Estaban Pedro y sus camaradas a la puerta del Aseu, y con ellos el Tahúr Renegado, platicando en diversas materias, y él tan gracioso, como otros días, y soberbio (achaque que le repartió entre otros su apestada naturaleza) se desvanecía diciendo que nadie le había perdido jamás el respeto, ni por escrito, ni de palabra, antes pensaba que el cielo puso en su rostro algunas luces sobrenaturales, pues todos le veneraban y temían; que era él persona que sufría que todos se le atreviesen a su hacienda sin rehusar nunca el ser condenado en costas, pero que el decoro de su reputación había de estar siempre en pie, o sobre ello aventurar la vida con el mayor señor, con el más poderoso ministro; que sólo aquel infame Poeta Pedantón (que así llamaba a su contrario) hablaba algunos atrevimientos por los rincones, como aquel que conocía cuán caro le saldría este intento, si usase de él en las publicidades.
A este mismo tiempo que él granizaba fieros y amenazas, pasó el ciego por aquella parte relatando en sus voces descomunales y acostumbradas. El Renegado Tahúr, que se oyó nombrar por sus nombres, propio y apelativo, quedó arrebatado y dudoso de que aquello pudiese ser, como a él le había parecido, aunque la turbación de los semblantes de todos los que con él se hallaban acreditó su sospecha. Mas con todo eso volvió a aplicar segunda vez los oídos y confirmó su desdicha con más fuerza de dolor, y acometiendo al ciego, le quitó los papeles de las manos y leyó el título de las coplas, y halló que era de la misma sustancia y modo que lo que él relataba en voz, y caminando al último renglón a buscar el nombre del autor por quien eran compuestas, halló ser aquél de quien acababa de hablar con tanto desprecio. Ejecutara con la cólera en el ciego algún inclemente y desvariado castigo si los presentes no le sacaran de sus manos, deteniendo al uno y dando escape al otro. Éste prosiguió por todas las calles de Valencia hasta la noche, que volvió a su casa, sin entrar en ella un solo pliego de más de ochocientos que había sacado, porque como el hombre era tan notable y conocido, todos compraban las coplas, y muchos, tres o cuatro pliegos dellas. "



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