Los anteojos de mejor vista (fragmento)Rodrigo Fernández de Ribera
Los anteojos de mejor vista (fragmento)

"Esto meditaba, no sé si temiendo de ver que callaba (novedad prodigiosa, o tomaba carreras), cuando le vi apareado con otro hombre (de mi constelación sin duda), que estaba mirando de ostentación. Tenía a lo melindroso con los dos dedos apuntalados unos antojos que traía a la jineta sobre una alcayata de nariz, que tenía clavada en uno como rostro; que apenas se la vi, cuando me pareció esmeril en cureña trastornada, y creí que había disparado en mi pedagogo, pues le había hecho callar. Estábaselo él mirando atentamente y escuchando algunas palabras que el otro hablaba no sé si entre dientes (porque salían de entre muchas barbas): muy bajo hablaba.
Fue necesario llegarme, no tanto a alcanzar parte de la plática y acercarme a la novedad que me hizo el de la torre, cuanto a ver si era muerto mi compañero o estaba espiritado; que sólo esto pudo persuadirme le pudiera haber quitado la habla.
Saludé al recién hallado (y pudiera aprovecharle, si el otro le hubiera comenzado a hablar). Era de los que tienen la lengua en la cabeza y respondiome con ella y a riesgo de los antojos. Yo tuve por cierto que estaba mostrando a callar a mi amigo y dejelo por un rato que duró la suspensión de los tres, en que yo tuve lugar de contemplar a mi antojado: tal le miraba por arte y naturaleza.
Él tenía mil vislumbres de trasgo; era todo una sotanilla forrada en un alambique de huesos y hecha de la quintaesencia de la bayeta; y no debía ser luto, así porque todo el pelo del vestido lo había gastado en las barbas su dueño, cuanto porque ella se estaba riendo toda; si bien esto no es cosa nueva en los lutos más recientes. Brujuleábansele por las goteras dos estacas muy largas que lo sostenían, metidas en dos chalupas de baqueta, que debían ser las piernas y los pies sin duda. Un semimanteo de la misma especie estaba encargado de cubrir toda esta máquina, aunque no de vergüenza, porque en mi vida vi cosa más raída16; pero él hacía mucho en encargarse de tanto. Tenía la barba y la cabeza mosqueada de canas, bien empleadas por cierto. El acabarlo de recorrer dos o tres veces, el venirle a mi camarada el apoyo de hablar, y el quitarse los antojos nuestro esqueleto y limpiarlos muy de espacio, todo fue uno. A la par fuimos a hablar todos, y a la par habláramos, si el deseo que en los dos había puesto el talego de trebejos no nos obligara a callar por oírle. "



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