Carta a Napoleón III sobre la influencia francesa en América (fragmento)Francisco de Frías y Jacott
Carta a Napoleón III sobre la influencia francesa en América (fragmento)

"Supongamos incluso, Sire, que fuese insensato invitar a nuestra época degenerada a ocuparse de otras cosas más que de intereses materiales –tan mezquinamente restringidos en tanto no están subsumidos a intereses de otra naturaleza. Aun así el mensaje de Buchanan no merecería sino incitar en Europa el deseo de contestarle enérgicamente, ya que el día en que América no tenga relaciones de solidaridad con el resto del Mundo, los intereses materiales de Europa se verán seriamente comprometidos; nuestro comercio, nuestra industria, sufrirán la ley en vez de imponerla, y el descubrimiento del nuevo Mundo producirá el resultado incomprensible de causar la muerte del antiguo. ¿Pero por qué reducir el debate a tales proporciones, cuando reina Su Majestad? El que los progresos de los enemigos de nuestras creencias y de nuestra nacionalidad desinteresada hayan conducido a la mayoría de la prensa europea a no discutir más que en el terreno de la vulgaridad es tan cierto como deplorable. Pero cuando un hombre del temple de Su Majestad ha logrado devolver la llave de bóveda al edificio europeo, se puede trasladar el debate más allá de ese terreno, hablar de la solidaridad de razas que creen en un mismo Dios, y de la alianza de naciones que tienen fe en un mismo pueblo y en el mismo Emperador. Además, es la única manera de alcanzar la salvación; puesto que en el terreno de los intereses materiales no hay razón alguna para pensar que el caos no advenga inmediatamente y para que la alianza de razas latinas se reconozca inútil. Por otra parte, vea Sire, con qué rapidez ha aumentado el nivel de audacia de los adversarios de la civilización a medida que ha bajado el de nuestras convicciones. Ya hablan de la unidad en el ateísmo, mientras nosotros no osamos hablar de la unidad en la fe; Buchanan habla ya del derecho de los pueblos de librarse de toda tutela, mientras nosotros no nos atrevemos a declarar la solidaridad de los pueblos con una misma creencia. Los soberanos católicos, apoyados por Dios y sus súbditos, se valen incluso de circunloquios para llevar adelante una pretensión legítima y, entretanto, el elegido de una banda indisciplinada de salteadores de banca, osa declarar ante la faz del Mundo que ha llegado la hora de los bandidos y de los salteadores para asaltar la civilización. No estemos menos convencidos de la verdad de lo que ellos parecen de la impostura; no discutamos su sistema del mal temiendo proclamar nuestro sistema del bien. Y puesto que –más habilidosos que nosotros– han sabido hacer religión del crimen, mientras nosotros parece que renunciamos a la nuestra, apresurémonos a elevar la cruz al mismo tiempo que desenfundamos la espada; apresurémonos a invitar a las razas latinas a la alianza, fuera de la cual no existe salvación alguna para la civilización. "


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