Divina (fragmento)Françoise Mallet-Joris
Divina (fragmento)

"Palabras horribles que Geneviève recibe como una bofetada. Aquel entredientes de pura maldad, aquel chorro de hiel y de fuego las aterra a ambas. Las deja heladas de estupor a una y a otra. Por un momento, se quedan frente a frente, y Dios sabe lo que ocurriría si la oleada de alumnos de tercero no viniera a invadir la clase, separándolas bruscamente. Y Jeanne, precipitándose escaleras abajo, cruzando el patio, utilizando la puerta falsa, seguida por la mirada de un Selim atónito, solloza sin poder evitarlo.

La calle, el supermercado, el ascensor, todo es como una pesadilla. ¡Volver! ¡Volver a casa! ¡Escapar a su propia violencia, súbitamente descubierta! «¡No, no he dicho semejante cosa! ¡No lo he dicho!» Va corriendo, sin preocuparse en absoluto de la gente, que se vuelve al paso de aquella mujer joven, corriendo y llorando, con el pelo revuelto. Nadie en el ascensor B. Deprisa, deprisa... Aprieta el botón «Cerrar» con una fuerza tan desproporcionada que se lastima el dedo. Si el señor Adrien o, para colmo de horrores, Bérengère hubieran estado ahí, a Jeanne le habría dado algo.
El descansillo, última etapa. Le tiembla la mano, la llave no encuentra el ojo de la cerradura. Un sudor frío le chorrea por la espalda, como un dedo inquisidor, humillante, que le fuera siguiendo la curvatura. Si alguien surgiera detrás de ella, Larivière, Adrien, si tuviera que emitir un sonido, que decir una palabra, una sola palabra... Pero la puerta se abre. Se precipita dentro, de golpe. Le da un violento empujón a la puerta. Vuelve a meter la llave en la cerradura, una vuelta, dos vueltas. Y la cadena. Nunca estará suficientemente encerrada.
Se deja caer, jadeante, en el sillón desfondado. Las pilas de libros amigos, las láminas de botánica, los minerales tirados un poco por todas partes..., nada retiene su mirada. Oculta el rostro entre sus bonitas manos, se balancea hacia adelante y hacia atrás, como para mecer, para dormir la terrible revelación de su propia crueldad. «¡No he dicho semejante cosa! ¡Haz que no lo haya dicho!»
¿A qué divinidad se dirige Jeanne con tales palabras? ¿A qué juez le jura que nunca, nunca jamás, tuvo ninguna animosidad hacia Geneviève? Eso es el régimen. Son los nervios, el cansancio de fin de curso. ¡Qué va! ¿No es más bien esa oleada de deseo, tan imprevista, en torno a la chica, lo que la ha dejado sin respiración a ella, a Jeanne, como un perfume, como un peligro? ¿Como la irrupción de la luz en la cámara secreta de una pirámide, y que amenaza con destruirlo todo? ¿Ese tranquilo convencimiento de Geneviève (yendo hacia ella, amenazadora, maléfica), ese convencimiento que tiene el cuerpo de Geneviève de que es bonita, y no solamente bonita sino además poseedora de un secreto que el velo anuncia más que oculta? Algo en el interior del cuerpo de Jeanne (el mismo cuerpo, depositario del mismo secreto) había aullado, se había debatido, habría arañado, mordido para salvarse. "



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