Tres senderos hacia el lago (fragmento)Ingeborg Bachmann
Tres senderos hacia el lago (fragmento)

"Aunque Elisabeth había bebido más de lo que le hubiera sentado bien, le dolía la cabeza y creía que se quedaría dormida esperando, se arrastró hasta el cuarto de baño, se lavó los dientes e intentó arreglarse un poco, y justo sonó el timbre, pues él había vuelto antes de lo que ella juzgara posible gracias a que eran las tres de la madrugada y apenas había tráfico. Elisabeth abrió, él cerró la puerta con sigilo y después ella no sabía si había sido él quien se había apresurado a abrazarla o ella la que se había arrojado a sus brazos tan deprisa, y hasta el amanecer, desesperada, en un estado de éxtasis que jamás había conocido, exhausta y siempre inexhausta, se aferró a él, rechazándolo únicamente para volver a atraerlo, no sabía si se le llenaban los ojos de lágrimas porque de aquella forma mataba a Trotta o porque lo revivía, si clamaba por Trotta o ya por aquel hombre, no sabía qué hacía por el muerto y qué por el vivo, y se quedó dormida al llegar un punto final que al mismo tiempo era un comienzo, pues pensara lo que pensara después de aquella noche, en muchas variaciones, fue el comienzo de su gran amor, del verdaderamente grande, a veces decía: de su primer amor de verdad, a veces: de su segundo gran amor… y como a menudo también se acordaba de Hugh: de su tercer gran amor. Con Manes no habló nunca del motivo que la había acercado a él, jamás hablaron del porqué de aquel éxtasis que no volvió a repetirse entre ellos, pues a los pocos días él pasó a ser un simple hombre del que se había enamorado, un hombre que cambiaba, que pasaba a tener una cara y un nombre para ella y que, durante dos años, también tendría una historia, una historia con ella que fue adquiriendo forma de tal manera que, poco a poco, Elisabeth incluso comenzó a creer que sería capaz de imaginar una vida con él, un futuro con él. Cuando él la abandonó de repente, se sintió más sobrecogida por lo inesperado, pues la relación nunca había conocido ni la más mínima sombra, que por lo brutal del golpe y por el hecho de verse otra vez sola. Sufrió más con aquella separación que con la muerte de Trotta, pasó días sentada junto al teléfono esperando una llamada, pero no buscó a Manes y tampoco pudo buscar ninguna razón a aquel abandono porque no la había. También evitó a las personas que conocían a ambos, pues no quería enterarse de nada por terceros. Tras muchos días de esperar en vano, necesitó hablar con alguien y viajó a Viena a ver a un médico que conocía de antes. En Viena evitó a todos los amigos, se alojó en un pequeño hotel y acudió cada día a la consulta de aquel hombre que en su día había sido un simple médico ayudante y ahora gozaba de gran renombre y tenía pacientes de categoría, y ella no hablaba tanto como pensaba que iba a necesitar sino que se expresaba con precisión y respondía a las preguntas que él le hacía, preguntas llenas de paciencia y sensibilidad, con sentido del humor. El doctor la sometió dos veces a narcoanálisis, el cual resultó infructuoso, si bien a Elisabeth le pareció muy interesante, y a los pocos días él le dijo que, gracias a Dios, jamás había tenido un paciente con más sentido común que ella y que sus problemas, en la medida en que podían llamarse problemas, eran parte integrante de su personalidad y nada más. La felicitó por su lucidez y luego charlaron de cosas que no tenían nada que ver con ella, casi como amigos que se profesan mutua simpatía. "


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