Dos hermanos (fragmento)Milton Hatoum
Dos hermanos (fragmento)

"Entonces Yaqub reveló la verdad, en su versión. Se la contó sólo al padre, que lo dejó desahogarse. Esta vez, el ingeniero lacónico se largó a hablar mal del hermano: “Un malagradecido, un primitivo, un irracional, arruinado hasta el tuétano. Nos ninguneó a mi mujer y a mí”.
Halim había escuchado al hijo doctor con un aire serio, compenetrado. Ahora, en la mesa del boliche, contraía el rostro y largaba una carcajada que daba miedo.
Pues bien, el Menor mandó la primera postal de Miami; después mandó otras, de Tampa, Mobile y Nueva Orleans; contaba sus farras y peripecias en cada ciudad. Yaqub había rasgado todas las postales menos una, que le entregó al padre: “Queridos mano y cuñada, Louisiana es América en estado bruto e incluso brutal, y el Mississippi es el Amazonas de este paraje. ¿Por qué no se dan una vueltita por acá? Aún salvaje, Louisiana es más civilizada que ustedes dos juntos. Si vienen, traten de teñirse el pelo de rubio, así van a ser superiores en todo. Mano, tu mujer, que ya es linda, puede rejuvenecer con el pelo dorado. Y tú puedes enriquecerte mucho aquí en América. Abrazos del mano y cuñado Omar”.
“Durante cien días tu hijo fue disciplinado como no lo había sido en casi treinta años, pero fueron cien días de farsa”, le dijo Yaqub al padre. “Robó mi pasaporte y viajó a los Estados Unidos. ¡El pasaporte, una corbata de seda y dos camisas de lino irlandés!”
Yaqub estuvo seguro de eso cuando recibió la primera postal. Ya había despedido a la empleada, porque ella había llevado a Omar al departamento cuando la esposa y él estaban en Santos durante el feriado del 15 de noviembre. La empleada había confesado casi todo: Omar la había llevado a pasear al Trianon y al Jardim da Luz; habían almorzado en Brás y en los restaurantes del centro. ¡Dos vagos! Todo eso con el dinero que ustedes mandaban, dijo Yaqub iracundo. Después Yaqub se acordó de los dos volúmenes viejos y empolvados de cálculo integral y diferencial, libros que había comprado por una pichincha en una librería de usados de la calle Aurora. Restañaba los dientes, las manos trémulas casi no lograban hojear el primer volumen; en el otro había guardado los billetes de veinte. Hojeó los dos libros, página por página, después los sacudió, y cayeron billetes de un dólar. "



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