Cuaderno de viaje (fragmento)Salvador Compán
Cuaderno de viaje (fragmento)

"Temporalmente se estableció de nuevo con su madre en El Torreón, haciendo cualquier tipo de trabajo que se necesitara y, algunos años después, ya no se le conoció cobijo cierto. Siguió ayudando a Zuheros pero cambiaba de actividad y de lugar con frecuencia, realizando faenas temporeras en los molinos de aceite, en la corta de pinos o en la rebusca.
Por la tenería de Zuheros ya no sólo pasaban hombres pidiendo alimentos o auxilio ante la enfermedad sino que se volvieron a celebrar reuniones a deshoras en las que Anselmo hablaba de la armonía universal y condenaba la propiedad como algo que no ensanchaba al hombre sino que lo mutilaba. Se decía que los masones de Zuheros crecían con la clandestinidad de las enfermedades y, cuando estallara la fiebre, todo sería irremediable porque su fortaleza les habría venido de su silenciosa tenacidad: se penalizaba entre ellos la embriaguez, se subvenía a los más necesitados costeándolos a prorrateo y se rifaban fusiles con los que se adiestraban en lo más escarpado de la sierra.
En cuanto los Saturios reorganizaron su gavilla en el verano de su muerte, no dudaron en caer sobre la tenería pero ya Miguel Zuheros había huido sin tener tiempo para llevarse un alijo de pieles de gamo, cuyo olor a carroña trepó la milla larga que separaba el arroyo del Cuero de los primeros bancales del pueblo, poniendo alarma en los hortelanos con el pensamiento de que una matanza de conjurados había sido llevada a cabo en la curtiduría.
Hasta que se atrevieron a forzar la puerta, no encontraron el amasijo de las pieles, como un solo cadáver gigantesco, pudriéndose en las piletas de tanino.
Días más tarde, se supo que Zuheros estaba siendo publicado como enemigo del reino y que los pregoneros pedían con ahínco su cabeza. Sin embargo, a Anselmo Feliú se le siguió viendo en los tajos, con la ciega disposición que ponía en las tareas, o en la taberna de Espadañán rodeado de hombres con los ojos atrapados por sus dedos que recorrían las letras de catones y cartillas de escritura. Se le había visto dirigirse a las últimas cabañas de La Viñuela en busca de los pastores o leer el periódico al pie de las hogueras de los segadores o entre los faroles sostenidos por regantes ribereños.
Los Saturios le guardaban el aire a aquel hombre que se les metía en la casa y los miraba como si ellos fueran nadie, se encerraba con su madre en la habitación y allí permanecía durante horas dejando filtrar por la puerta una plática troceada con risas y silencios que parecía dejar a Antonia Peña como impregnada por una bonanza que le resistía en los ademanes durante el día. "



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