El crimen de los Kulaks (fragmento)Hryhorii Kosynka
El crimen de los Kulaks (fragmento)

"Una voz ronca murmuró una bendición, se abrió la verja y cuando el trineo se detuvo al lado de los montones de paja, el hombre alto habló:
-¡Vaya un frío que hace, Moisés Stepanowitch; un frío que muerde! Los visitantes no tienen suerte este año... Bueno; claro que el poder soviético no reconoce la fiesta...
Moisés desenganchó el caballo en silencio y lo tapó con su viejo abrigo. A Mariana la recibió su madre en el umbral.
-¡Vaya, hija mía, qué orgullosa te has vuelto! ¡Como si vivieras al otro lado del mar! Aquí se ha reunido toda la familia...; ya están cantando...
Mariana se echó a llorar; pero se repuso y secó las lágrimas. Las mejillas de la pobre mujer estaban sonrojadas por el frío, tenía los finos labios bien apretados y el collar de ámbar le colgaba sobre su pecho lleno. Esperó a Moisés en el recibimiento; no era agradable entrar sin el hombre.
En la sala estaban cantando. Todavía estaban todos sobrios, las voces femeninas eran suaves, nadie cantaba a toda voz. Cantaban la canción de Navidad de la montaña inclinada, cubierta de hierba sedosa. Y cuando el matrimonio Schwatschko traspasó el umbral, murió la canción.
-Muy bien -dijo Adrián, que estaba sentado detrás de la mesa, al lado del padre de Mariana-. Muy bien... Moisés Stepanowitsch nos va a enseñar a felicitar a las personas a estilo soviético...
Y, riendo, guiñó el ojo a las mujeres. Los invitados, volvieron la cabeza hacia la puerta; las mujeres se quedaron mirando a Mariana y los hombres saludaron a Moisés sombríamente.
-El Señor nos ha dado a todos la misma fiesta- dijo la madre de Mariana, como si tuviera que disculparse de los parientes; a Moisés le llamó varias veces «mi preciado yerno», para que no hubiera riña y ella misma limpió el banco con su delantal para que se sentaran su hija y el yerno.
Sobre la mesa había grandes platos floreados con distintos manjares. Había dos grandes salchichones sin empezar.
La sala estaba llena de invitados; cuatro yernos con sus mujeres, hermanas de Mariana, estaban ya sentados detrás de las mesas. Adrián Kuschnir, cuñado del padre, ocupaba con su hijo el sitio de honor, porque éste era, para decir la verdad, el más rico de todos los invitados. A la mesa de Moisés estaban sentados compadres y parientes muy lejanos. Todos estaban extrañadísimos de que un verdadero comunista como Schwatschko fuera a felicitar las pascuas a su suegro.
-¡Dios quiera que el trigo se dé bien y que las criaturas vivan felices en la tierra! dijo la madre, sirviendo a Mariana una copita. Mariana la bebió y la madre sirvió a Schwatschko, diciendo:
-Aunque los polacos me rompieron una costilla por culpa tuya, como mi carne y mi sangre son tuyos también, que seas bienvenido. En la familia todos son iguales.
Paseó la mirada por los invitados; todos callaron. Kuschnir sonreía en su negra barba, y cuando Schwatschko y la madre vaciaron sus copas y la vieja iba a tirar el resto al techo, exclamó:
-¡Eh, eso no vale! ¡La madre atiende al yerno y nosotros contemplamos nuestros vasos vacíos!
Después de esto todos se alegraron algo más, empezaron a hablar, los vasos chocaron, y una estudiante, hija de la hermana mayor de Mariana, se acercó a la mesa de Schwatschko, saludó y dijo:
-Me han echado del instituto por ser hija de un Kulak; ¡vaya una idiotez! Llevaba nueve años en el instituto, y ahora, ya veis, ¡hija de un Kulak!
-¡Cásate con un comunista y no te echarán! -intervino Kuschnir.
-¡Que lo haga, a ver si sale volando de su casa con sus pingos! -dijo con orgullo el padre de la estudiante, una figura con la cara desinflada.
Schwatschko, que acababa de apurar el tercer vaso para cobrar más valor, ya no lo aguantó más:
-Esto es muy sencillo, sobrina. Esta es la política bolchevique. Antes aprendían los ricos; ahora que se ilustren también los pobres.
-¡Adiós, pues vaya una política!
-Tienes razón, Halina Dimitriewna. ¡Idiotez, no política! -comentó Kuschnir.
Todos celebraron el chiste de Kuschnir. Schwatschko quería levantarse e irse a casa, pero Mariana le tranquilizó diciéndole que no debían irse porque se burlarían de ellos.
«Oh, vasito, vasito, fino...» empezó a cantar la mujer joven con voz débil. Kuschnir declamó el resto de la canción, pero no la cantaron porque era Nochebuena y no se debían cantar canciones de esta clase. Todos rogaron a la estudiante que cantara el «ukraniano». La muchacha se echó a reír, pero la vieja Kuschnir dijo, levantando la cabeza con orgullo:
-Cántame algo de Ucrania para recordar a mi hijo, asesinado por el Soviet.
La estudiante se puso roja, bajó los ojos y miró de soslayo a Schwatschko.
-Mi querida comadre -exclamó la madre de Mariana-. Le pegó al Soviet y el Soviet pegó también. No pensemos más en ello. En la Nochebuena no debe haber riña.
-Comadre, yo no provoco ninguna riña. Yo sólo pido a tu nieta que me cante el himno ucraniano... -contestó la vieja sollozando.
Los invitados la tranquilizaron; el hijo la gritó groseramente y parecía que todo terminaría bien. Las mujeres empezaron a cantar de nuevo, elogiando la generosidad de los huéspedes, adorando a Cristo, al niño Jesús, y la habitación se llenó de canciones piadosas. "



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