Gran ensayo sobre Baudelaire (fragmento)Felipe Polleri
Gran ensayo sobre Baudelaire (fragmento)

"Me dijo que nunca trancaba la puerta. Había perdido la llave. Me ofrecí a volver con un cerrajero. Me dijo, como si no me hubiera oído, que antes había utilizado toda clase de cerraduras de seguridad y que, muchas veces, había levantado barricadas en distintos «puntos estratégicos» del apartamento. Pero, ahora, ya sólo confiaba en el azar. Hasta ese instante, dijo, los había eludido gracias al azar. ¿Acaso no habían abierto todas las puertas de todos los apartamentos, cientos y miles de veces, excepto la suya? No sólo tenía al azar de su parte, dijo; la verdadera razón de que no lo hubieran encontrado era que se movían con demasiada lentitud. Caracoles, dijo. Es verdad, le dije. Los vi arrastrando esas valijas con miles de llaves que los agotan enseguida; más de una vez, al entrar o salir del apartamento, porque él jamás sale, vi a uno de los «perseguidores» sentado en una escalera o en un corredor del edificio, descansando, limpiándose la frente con una manga, tratando de recuperar el aliento, a la sombra de una de esas valijas deformes. Eso lo había llevado a creer, dijo, que eran sólo vendedores ambulantes o empleados de una empresa de mudanzas. Se rió, moviendo la cabeza. ¿Podía él confundir a una valija con un sillón? Eran valijas enormes, gigantescas, monstruosas. Le dije que yo también las había visto. Le pedí que me explicara todo punto por punto; le dije que, como él, yo creía que nadie podía confundir a una valija con un sillón, o a un vendedor ambulante (o a un empleado de una empresa de mudanzas) con uno de los perseguidores y sus valijas.
A menudo, le dije, veía a uno de sus perseguidores y enemigos, llave en alto, la cara transfigurada por los ascensos y demás premios que recibiría, corriendo hacia el edificio de enfrente. O hasta perderse de vista, me dijo.
Le dije que, a veces, llevaban en alto llaves enormes y muy trabajadas, llaves antiguas y muy valiosas, llaves de oro, llaves de cuentos de hadas, pero claro: incapaces de abrir una cerradura moderna. Esos desgraciados no lo asustaban, me dijo. Se habían vuelto locos y los habían despedido muchos años antes; iban de un lado a otro con sus zapatos agujereados y sus corbatas raídas y, a veces, sus llaves imaginarias. "



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