Catarsis (fragmento)Andrzej Szczeklik
Catarsis (fragmento)

"Cuando yo era un médico novato y los inviernos del siglo dejaban aterida a la ciudad de Wroclaw, a eso de las tres de la madrugada trajeron al hospital a un hombre congelado. Lo habían encontrado a orillas del Oder, donde las temperaturas habían descendido hasta los 35 grados bajo cero. Estaba yerto y frío como un carámbano, no respiraba, su corazón no latía, el electrocardiógrafo dibujaba una línea plana, horizontal. La reanimación era por aquel entonces una gran novedad, y no disponíamos de aparatos de ningún tipo. Éramos dos, una enfermera y yo. Empecé a hacerle un masaje cardíaco, mientras ella le practicaba el boca a boca. Con cada soplo, el recinto se llenaba de vahos de alcohol de quemar. El corazón volvió a funcionar aproximadamente al cabo de una hora, e hicieron falta dos más para que el paciente recuperara la respiración. Al día siguiente, abandonó el hospital por su propio pie sin olvidarse de echarnos una bronca monumental al no encontrar su paquete de cigarrillos Ekstramocne. Asombrados, mandamos una descripción del caso a la revista Lancet, aunque no supimos responder a la pregunta del redactor acerca de la temperatura corporal del reanimado. Más de un cuarto de siglo después, en la misma revista se publicó la descripción de un accidente que había sufrido en el lejano norte una corredora de fondo noruega. Se había caído por una brecha en el hielo. La sacaron dos horas después, sin vida y con una temperatura corporal de 13,7° C, y la transportaron a Tromsø en un avión de rescate. Su corazón se puso en marcha tras varias horas de calentamiento con sangre a través de un sistema de circulación extracorporal. La paciente tuvo que permanecer hospitalizada durante los cinco meses que duró la rehabilitación. Accidentes como éste han sugerido hace poco la idea de utilizar mantas refrigerantes en las unidades de cuidados intensivos que reciben víctimas de accidentes de tráfico. La disminución de la temperatura corporal—por lo menos algunos grados—ofrece esperanzas de retrasar las lesiones cerebrales irreversibles y facilita la recuperación del pulso y la restauración del funcionamiento del corazón.
Hay unos cuantos miles de americanos a los que resulta imposible tomarles el pulso o medirles la tensión arterial, aunque por lo menos algunos de ellos hacen una vida relativamente normal. Llevan incorporadas al corazón unas pequeñas bombas que refuerzan de forma continua, no pulsante, la circulación de la sangre entre el ventrículo izquierdo y la aorta. También viven en el mundo algunos enfermos a quienes se les ha extraído el corazón para sustituirlo por un artilugio del tamaño de un pomelo, hecho de titanio y plástico, que «representa la tecnología más avanzada que el hombre jamás haya llevado dentro de su cuerpo». Los marcapasos eléctricos son de uso común, y el abanico de fármacos contra las arritmias es muy amplio y no para de crecer. Pero a veces ocurre que, donde las medicinas más potentes fallan, las palabras ayudan. "



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