El pez de oro (fragmento)Ramón J. Sender
El pez de oro (fragmento)

"Aceptó ella a regañadientes, aunque salió todavía con su amante disfrazado de lacayo. Pero al llegar a Koenisberg les alcanzó un correo con órdenes urgentes de Francia para que el marqués se incorporara a su regimiento. Y el pobre Frégeville partió desconsolado. Ella no volvió a saber más de él, pero tenía sospechas de que había sido guillotinado en París.
Después de algunos años de aburrimiento en Riga (parece que fue entonces cuando el frailecito estuvo a punto de ver representado su drama) la baronesa se fue a Berlín. Era la época del triunfo definitivo del romanticismo. Desde su cátedra de Jena exponía Fichte su sistema de idealismo radical exaltando el espíritu (el Logos superior de Filón de Alejandría) como creador de todos los valores. Cuando Augusto Guillermo Schlegel se le incorporó, con Tieck y Novalis, una nueva era se abrió para el pensamiento alemán y europeo.
Como suele suceder, los enemigos de la revolución francesa se sintieron influidos por ella y entre la emigración aristocrática los libros de Rousseau y de Saint-Pierre hacían furor. La baronesa se encontraba en medio de aquellas corrientes muy a su sabor y buscaba por sí misma una salida que la satisficiera y la librara de alguna manera de la esclavitud de la pasión y de la angustia, de la falta de plenitud y de cumplimiento.
En 1794 estaba otra vez en Riga donde resistió dos años sumida en la oscuridad de la muerte de algunos parientes —entre ellos su padre— y leyendo a los místicos rusos y a los idealistas germanos. En 1796 volvió a Alemania esclava de una pasión arrolladora por Jean-Paul Richter. «No te hagas ver por ninguna mujer —decía a su nuevo amor— porque todas las que te vean y, sobre todo, te oigan, querrán morir por ti». Era el escritor que volvió loca a una generación de hembras exaltadas. La exaltación de las alemanas es una especie de misticismo de la carne que hace o puede hacer estragos. Pero en definitiva una cierta armonía interior de fondo pagano las salva. A fuerza de hacer el amor alcanzan los últimos linderos de todo amor posible y al otro lado ven el paisaje opuesto: la muerte, llena de mitos y de ritos compensadores.
Parece que allí quería llegar el frailecito cuando se había propuesto pintarla como Nuestra Señora de la Santa Alianza. Entretanto, y mientras aquel momento llegaba, la figura de la baronesa iba estructurándose como un feto en el vientre de la madre. Aquel feto en el lienzo del fraile a veces era repugnante, pero sólo sentía la repugnancia ella y no el emperador.
Cuando Valérie se fatigó de «posar» el pintor le dijo que podía marcharse si quería, aunque él se quedaría trabajando.
Y le pidió que al día siguiente volviera. "



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