La balada del cálamo (fragmento) "Toda persona, toda cultura, toda realidad, para poder existir en la Historia necesita ser contada. Ser contada mediante palabras. Incluido Dios, que es el Verbo, creado él mismo mediante palabras. ¿Y las palabras? Siempre he tenido la impresión de que se conciben, como las personas, durante la noche. Por temor o por deseo. Nacen para dar presencia a las personas y las cosas desaparecidas en el volumen negro de las cavernas. O para hacer tangible su ausencia. Y es en la soledad cuando cada palabra se vuelve signo, la huella de lo ausente, el nombre del cuerpo deseado, la expresión de un estado invisible. Digo esto a sabiendas de que los orígenes de una palabra son tan misteriosos como la invención de los dioses, como la presencia de la humanidad en esta tierra, como mi nacimiento. Solo las palabras saben decir cómo nacieron, por qué están ahí. Cada palabra nace ineluctablemente en alguna parte, en un momento concreto, de un ser vivo. Lleva en sí misma el relato, la memoria, el aliento, la carne, la sangre… de una persona, de un pueblo, de una civilización… y, por lo tanto, de la humanidad. Existe una leyenda árabe según la cual Dios, lanzando un puñado de arena al viento del desierto, creó al caballo; y el caballo trazó en él una caligrafía en caracteres árabes. Al margen de este origen legendario, la caligrafía no solo embellece las letras sagradas, sino que también revela, cual partitura, el ritmo salmódico del Corán. De ahí esas letras ya estiradas, esbeltas, ya ganchudas, enroscadas, cuadradas… que, con el paso del tiempo, se han convertido en formas estilísticas. Me basta con mirar en la Biblioteca Nacional francesa uno de los primeros ejemplares del Corán, caligrafiado en el siglo IX. En una hoja, amarilla como la arena, las letras de estilo cúfico me proporcionan la sensación de percibir los movimientos de un caballo, el ruido de sus cascos, y su infinito eco en el desierto. Los versículos son casi ilegibles, no solo por sus formas caligráficas muy estilizadas y codificadas, sino también por la distancia de los puntos con respecto a las letras, o por su ausencia. Me cuesta no solo leer, sino también seguir los gestos del calígrafo. Sin embargo, oigo una voz que salmodia el Corán. Las letras son alargadas, estiradas, abstractas en grado sumo, como si el poeta calígrafo ejecutara una actuación con el fin de sublimar la palabra divina. " epdlp.com |