Anatomía del fascismo (fragmento)Robert O. Paxton
Anatomía del fascismo (fragmento)

"Ha llegado el momento de proporcionar al fascismo una definición breve y práctica, aunque sepamos que no nos mostrará todos sus contenidos, lo mismo que una foto no puede mostrarnos del todo a una persona.
Se puede definir el fascismo como una forma de conducta política caracterizada por una preocupación obsesiva por la decadencia de la comunidad, su humillación o victimización y por cultos compensatorios de unidad, energía y pureza, en la que un partido con una base de masas de militantes nacionalistas comprometidos, trabajando en una colaboración incómoda pero eficaz con élites tradicionales, abandona las libertades democráticas y persigue con violencia redentora y sin limitaciones éticas o legales objetivos de limpieza interna y expansión exterior.
Ciertamente, la actuación política exige elegir entre opciones, y las opciones que se eligen —como mis críticos se apresuran a señalar— nos hacen volver a las ideas subyacentes. Hitler y Mussolini, que despreciaban el «materialismo» del socialismo y del liberalismo, insistían en la importancia básica de las ideas para sus movimientos. Muchos antifascistas, que se niegan a otorgarles esa dignidad, no piensan lo mismo. «La ideología del nacionalsocialismo está cambiando constantemente», comentaba Franz Neumann. «Tiene ciertas creencias mágicas —adoración de la jefatura, supremacía de la raza superior—, pero no está expuesto en una serie de pronunciamientos categóricos y dogmáticos». Sobre ese punto, este libro se aproxima a la posición de Neumann, y ya examiné con cierta extensión en el capítulo 1 la relación peculiar del fascismo con su ideología, simultáneamente proclamada como algo básico y, sin embargo, enmendada o violada cuando conviene. No obstante, los fascistas sabían lo que querían. No se pueden desterrar las ideas del estudio del fascismo, pero puede uno situarlas adecuadamente entre todos los factores que influyen en este complejo fenómeno. Podemos abrirnos paso entre los extremos: el fascismo no consistió ni en la simple aplicación de su programa ni en un oportunismo descontrolado.
Yo creo que como mejor se deducen las ideas que subyacen a las acciones fascistas es partiendo de esas acciones, pues algunas de ellas no llegan a expresarse y se hallan implícitas en el lenguaje público fascista. Muchas pertenecen más al reino de los sentimientos viscerales que al de las proposiciones razonadas. Las llamo “pasiones movilizadoras”:

-un sentimiento de crisis abrumadora contra la que nada valen las soluciones tradicionales;
-la primacía del grupo, respecto al cual uno tiene deberes superiores a cualquier derecho, sea individual o universal, y la subordinación del individuo a él;
-la creencia de que el grupo de uno es una víctima, un sentimiento que justifica cualquier acción, sin límites legales y morales, contra sus enemigos, tanto internos como externos;
-el miedo a la decadencia del grupo por los efectos corrosivos del liberalismo individualista, la lucha de clases y las influencias extranjeras;
-la necesidad de una integración más estrecha de una comunidad más pura, por el consentimiento si es posible o por la violencia excluyente en caso necesario;
-la necesidad de autoridad a través de jefes naturales —siempre varones—, que culmina en un caudillo nacional que es el único capaz de encarnar el destino histórico del grupo;
-la superioridad de los instintos del caudillo respecto a la razón abstracta y universal;
-la belleza de la violencia y la eficacia de la voluntad, cuando están consagradas al éxito del grupo;
-el derecho del pueblo elegido a dominar a otros sin limitaciones de ningún género de ley divina ni humana, derecho que se decide por el exclusivo criterio de la superioridad del grupo dentro de una lucha darwiniana.

El fascismo, de acuerdo con esta definición, así como la conducta correspondiente a estos sentimientos, aún es visible hoy. Existe fascismo al nivel de la Etapa Uno dentro de todos los países democráticos, sin excluir a Estados Unidos. «Prescindir de instituciones libres», especialmente de las libertades de grupos impopulares, resulta periódicamente atractivo a los ciudadanos de las democracias occidentales, incluidos algunos estadounidenses. Sabemos, por haber seguido su rastro, que el fascismo no precisa de una «marcha» espectacular sobre alguna capital para arraigar; basta con decisiones aparentemente anodinas de tolerar un tratamiento ilegal de «enemigos» de la nación. Algo muy próximo al fascismo clásico ha llegado a la Etapa Dos en unas cuantas sociedades profundamente atribuladas. No es inevitable, sin embargo, que siga progresando. Los posteriores avances fascistas hacia el poder dependen en parte de la gravedad de una crisis, pero también en muy alto grado de elecciones humanas, especialmente las de aquellos que detentan poder económico, social y político. Determinar las respuestas adecuadas a los avances fascistas no es fácil, porque no es probable que su ciclo se repita a ciegas. Pero estamos en una posición mucho mejor para reaccionar sabiamente si entendemos cómo triunfó el fascismo en el pasado. "



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