La joven que no podía leer (fragmento)John Harding
La joven que no podía leer (fragmento)

"Me limité a asentir y también fruncí el ceño en el momento en que Morgan cogía las notas sobre la paciente de manos de O'Reilly y empezaba a estudiarlas, y ella me miró a espaldas de él con una sombra de burla en los ojos. Dejé, no obstante, que la procesión fuera por dentro, pues había percibido el énfasis con el que O'Reilly me había llamado «doctor Shepherd». Oírla no hizo sino reforzar mi temor de que me hubiera papelereado y hubiera encontrado el borrador descartado de mi carta a Caroline Adams, adivinando por tanto la verdad sobre mí.
Más tarde me dije que estaba siendo un estúpido. Sin duda la carta era una clara muestra de que estaba siendo hipócrita con mi exprometida, pero eso no indicaba necesariamente que yo no fuera quien se suponía que era. Aunque fue eso lo que me dije, no me quedé tranquilo. Todo en el comportamiento de O'Reilly hacia mí —la falta del debido respeto, la burla, el hecho de que le hablara de mí a Morgan estando yo presente, como si estuviera por encima de mí en la jerarquía hospitalaria— indicaba que algo sabía de mí. La cuestión era: ¿tenía intención de usarlo? Y, en caso de que así fuera, ¿cuándo?
Empecé a odiar sus rasgos enjutos y descarnados, su rostro huesudo, su esquelético cuello de pollo. Me había ganado a una enemiga sin tan siquiera haberle hecho ningún mal. Lo que tenía que hacer a partir de entonces era hallar la manera de que dejara de hacerme daño. A fin de cuentas, la interferencia de esa mujer podía costarme la vida.
Tal era su insolencia, que me habría gustado darle una lección de una vez por todas, pero sabía bien que ese camino sería mi perdición. No conseguiría con ello más que convertirme en blanco de las consecuencias que tanto temía que ella provocara. Pasé horas en la cama con la cabeza sobre las manos y la mirada fija en el techo mientras las sombras se deslizaban sobre él y la oscuridad descendía en el exterior. En vano. No había escapatoria. O'Reilly era un barril de pólvora que podía estallar en cualquier momento. Al parecer yo estaba desapoderado para predecir cuándo tendría lugar ese momento o para impedirlo cuando ocurriera.
Sin embargo, unos días después del incidente ocurrido en la sala de hidroterapia, mientras paseaba con Jane Dove por los jardines durante el periodo de ejercicio vi a lo lejos a las mujeres de la tercera planta. Se me ocurrió que no había vuelto a inspeccionarlas desde el día después del incidente con la demente en el despacho de Morgan, cuando había intentado verla de nuevo pero la había encontrado ausente del grupo. Supuse que ya se habría reincorporado a las demás y decidí buscarla.
Apenas prestaba atención a lo que Jane Dove decía —una confusa historia que había extrapolado de la imagen de la señorita Havisham de Grandes esperanzas, el libro al que había trasladado su interés tras haber inventado historias para todas las ilustraciones de David Copperfield, aunque, naturalmente, desconocía por completo el nombre de la mujer de la imagen—, y cambié bruscamente de dirección para tomar una que nos condujera al encuentro de las pacientes de alta seguridad. Jane interrumpió su parloteo, claramente sorprendida al ver el modo en que me crucé delante de ella para virar en ese nuevo rumbo. Sin embargo, al no ver en mí ninguna reacción (estaba demasiado concentrado en mi misión), retomó su relato. Cien pasos después, tal y como yo había imaginado, tuvimos que esperar mientras la fila de mujeres se cruzaba en nuestro camino, exactamente como lo habían hecho en su día, y Jane guardó silencio mientras las observábamos. Al mirarla vi que una sombra de miedo le oscurecía el rostro, y no había que ser psiquiatra para saber que una vez más se planteaba la posibilidad de verse algún día entre aquellos desafortunados especímenes. Fue apenas algo momentáneo y no tuve tiempo de estudiarla con atención, porque tenía que escudriñar los rostros de las mujeres a medida que pasaban. "



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