Años salvajes (fragmento)William Finnegan
Años salvajes (fragmento)

"Hubo otra de esas olas de última hora: fue al final de la sesión más larga que pudimos disfrutar en Tavarua. Las olas eran enormes —eso debió de ser el 24 de agosto, el día que mi diario describe con olas dos veces por encima de la cabeza— y ese día ya habíamos abandonado nuestra política de surfear solo con la pleamar. Aquella ola únicamente era buena cuando bajaba la marea, o incluso en plena bajamar, siempre que fuera lo suficientemente grande. Yo había estado surfeando casi todo el día, desde las exiguas olas que llegaban con la marea media, cuando solo las musculosas olas de color turquesa pasaban rozando el arrecife, hasta la pleamar más alta y el mejor momento de las olas, cuando llegaban las series más grandes, que rompían en aguas tan profundas que a veces pasaban de largo por el arrecife sin romper durante cinco o diez segundos —solo grandes muros de espuma sin curva que se fuese cerrando—, hasta que volvían a rozar el arrecife y entonces se elevaban y las paredes recuperaban su forma. Dos o tres series me habían asustado, pero no porque me hubieran golpeado de mala manera o me hubieran mantenido sumergido demasiado tiempo, sino porque se estaban elevando hasta una altura preocupante, y yo tenía unas premoniciones muy desagradables sobre las criaturas de otro reino que podría encontrarme detrás de la gran ola que ya estaba empezando a remontar. ¿Sería posible que no tuviésemos ni idea de lo que aquel lugar era capaz de hacer con las olas, ni del precio que iba a cobrarnos a cambio de la alegría y de la buena suerte que nos había deparado? Fue la primera vez que me asusté con las olas de Tavarua, pero mis temores resultaron innecesarios. No llegó nada monstruoso. Y en cambio pude coger tantas olas, a lo largo de cinco o seis fases diferentes del día, que me sentí completamente colmado de buena fortuna. Y más aún, me sentí mucho más íntimamente conectado con los ritmos secretos de las olas de lo que hasta entonces había estado.
Y entonces fue cuando llegó la última ola. La marea estaba bajando. Bryan ya había salido del agua. Las olas también estaban perdiendo fuerza. El viento había cambiado de dirección y se había vuelto un flojo nordeste —viento de mar—, lo que destruía las buenas condiciones y teñía la superficie del agua de una textura rígida y de color caqui que parecía más propia de Ventura que de los trópicos. De pronto apareció una serie muy grande, iluminada al trasluz y rugiendo por la parte exterior del arrecife. Pasé remando por encima de dos olas —ya había aprendido la lección de la paciencia— y cogí la tercera. Tenía baches, pero una forma muy hermosa, y tuve que darme mucha prisa porque el viento de mar iba a desmoronarla enseguida. Y eso ocurrió. Pero también viró con más fuerza que la mayoría de olas, como si el gran muro que yo tenía delante hubiera chocado con el arrecife al unísono, creando un tubo mucho más rápido de lo que era habitual. Pensé que había hecho mal al elegir aquella ola, pero ya era demasiado tarde para echarme atrás. Ni siquiera podía lanzarme al agua, porque la marea parecía haber retrocedido medio metro desde la ola anterior y ahora ya se veían cabezas de coral por todas partes. Peor aún, la ola se iba haciendo más grande a medida que rozaba el arrecife y ahora ya estaba un palmo por encima de mí. La pared no era lisa: tenía secciones raras y un labio irregular. Aun así, era extraordinariamente rápida y yo me encontraba en la parte baja de la pared justo cuando la ola estaba chupando toda el agua del arrecife. No tenía alternativa salvo avanzar, si no quería estrellarme contra el fondo. Tras unas ripadas vertiginosas con secciones muy peligrosas, en las que tuve que surfear a ciegas porque las cosas sucedían tan deprisa que solo podía reaccionar por instinto, salí disparado hacia el canal. Me tendí sobre la tabla. Estaba temblando. Luego empecé a remar contracorriente, haciendo un esfuerzo gigantesco. Una vez en la playa, no conseguí llegar a nuestro campamento. Me dejé caer de rodillas sobre la arena, a la luz del crepúsculo, totalmente agotado. Me sorprendió descubrir que estaba sollozando. "



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