Obermann (fragmento)Etienne Pivert de Senancour
Obermann (fragmento)

"Los sabios, dicen, viviendo sin pasiones, viven sin impaciencia, y como lo ven todo con la misma mirada, encuentran en su quietud la paz y la dignidad de la vida. Pero grandes obstáculos a menudo se oponen a esa tranquila indiferencia. Para recibir el presente tal como se ofrece, y despreciar lo mismo los temores que la esperanza del porvenir, no hay más que un medio seguro, fácil y sencillo: alejar de la mente la idea de ese porvenir, cuyo pensamiento agita siempre, ya que siempre es incierto. Para no tener temores ni deseos, es preciso abandonar todo a los acontecimientos como a una especie de fatalidad, y gozar o sufrir apaciblemente el instante actual, aunque el siguiente hubiese de traer consigo la muerte. Un alma firme, habituada a consideraciones elevadas, puede llegar a la indiferencia del sabio respecto a lo que los hombres inquietos o prevenidos llaman desgracias y bienes; pero, cuando es preciso pensar en ese porvenir, ¿cómo no inquietarse? Si es preciso disponerlo, ¿cómo olvidarlo? Si es preciso arreglar, proyectar, conducir, ¿cómo no tener preocupaciones? Se deben prever los incidentes, los obstáculos, los éxitos; y preverlos es temerlos o desearlos. Para hacer, hay que querer; y la voluntad es una dependencia. El mayor mal es verse obligado a obrar libremente. El esclavo tiene muchas más facilidades para ser realmente libre. Sólo tiene deberes personales; va conducido por la ley de su Naturaleza, que es la ley natural al hombre, y es sencilla. Se halla sometido también a su dueño; pero esta ley es clara. Epicteto fue más feliz que Marco Aurelio. El esclavo está exento de solicitudes, estas sólo existen para el hombre libre; el esclavo no se ve obligado sin cesar a tratar de ponerse de acuerdo con el curso de las cosas: concordancia siempre incierta e inquietante, perpetua dificultad de la vida del hombre que quiere razonar su vida. Ciertamente, es una necesidad, es un deber, pensar en el porvenir, preocuparse de él, hasta poner en él sus afectos, cuando se es responsable del destino de los demás. La indiferencia, entonces, no es permitida; ¿y cuál es el hombre, aun aislado en apariencia, que no pueda servir para algo, y que, por tanto, no deba buscar los medios de ser útil? ¿Quién puede decir que su apatía no acarreará otros males que los suyos propios?
El sabio de Epicuro no debe tener mujer ni hijos; pero esto no basta todavía. En cuanto algún interés ajeno depende de nuestra prudencia, preocupaciones pequeñas e inquietantes alteran nuestra paz, inquietan nuestra alma, y con frecuencia hasta apagan nuestro genio. ¿Qué le sucederá a aquel a quien tantas trabas oprimen, y que parece haber nacido para vivir en la irritación? Luchará penosamente entre esas preocupaciones, a las cuales se entrega a pesar suyo, y el desdén que se las hace ajenas. No estará ni por encima de los acontecimientos, porque no debe estarlo, ni en disposición de aprovecharlos. Será variable en la sabiduría, e impaciente o torpe en los negocios; no hará nada bueno, pues no podrá hacer nada conforme a su Naturaleza. No se debe ser padre ni esposo si se quiere vivir independiente, y quizás sería también preciso no tener amigos; pero encontrarse así, solo, es vivir tristemente, vivir inútil. Un hombre que regula el destino público, que medita y hace grandes cosas, puede no tener afecto a ningún individuo en particular; los pueblos son sus amigos y, bienhechor de los hombres, puede dispensarse de serlo de un hombre. "



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