Moulin Rouge (fragmento)Pierre La Mure
Moulin Rouge (fragmento)

"Y así siguieron hablando y hablando en medio del tumulto creciente, las serpentinas lanzadas al aire, las carcajadas de las mesas próximas, el confeti, la bronca algarabía producida por las trompetas de papel. Los hombres, espoleados por la copiosa comida y la proximidad de las mujeres, hablaban con las gesticulaciones y el apasionamiento de las personas para quienes la charla se ha convertido en la última decepción, en la única salida que les quedaba ante la premonición del fracaso. De vez en cuando se interrumpían para tragar un bocado de langosta, llevarse la copa a los labios o salir a bailar; regresando a los pocos momentos, encendido el rostro, respirando con fuerza y dispuestos a intervenir en cualquier discusión que se hubiera desencadenado en aquel momento. O también; inducidos per una lujuriosa confianza, flirteaban con las amantes de sus amigos.
Las mujeres —en la mesa de Henri había ocho— eran típicas montmartresas con blusas de mangas de pernil y sombreros de confección casera. Habían hecho muchas cosas en la vida y ninguna de ellas con éxito. Fueron modelos de artistas, figurantas de music-hall, costureras o modistas semi-profesionales, semi-profesionales cocottes. No habían amado ni bien ni inteligentemente, sino tan sólo con frecuencia. Ahora, al final de sus veinte años, o tratando celosamente de ocultar los que sobrepasaban de la treintena, habían renunciado a sus sueños de juventud y se resignaban a aceptar cualquier cosa que la vida les ofreciera.
Aquélla noche se sentían contentas en medio de aquel pandemónium que cosquilleaba sus sentidos y echaban al olvido sus pesares. Con el rostro encendido, brillantes los ojos por los efectos del champaña y con su femineidad exaltada por el impacto de animalidad que sacudía la atmósfera, charlaban, reían, lanzaban serpentinas, bailaban, musitaban insinceras protestas contra los atrevimientos de los hombres, sintiéndose dichosas de tomar parte en la juerga de aquella noche, de ser cortejadas una vez más y oírse llamar criaturas encantadoras e incomprendidas.
[...]
Ronco de hablar y un poco aturdido de tanto beber, Henri alcanzó la botella de coñac que tenía delante y, mecánicamente, se sirvió otra copa. Sus ojos se fijaron en la reunión de americanos, que ahora se agrupaban; para cantar lúgubremente a coro la canción de Genevieve, Sweet Genevieve, olvidándose por completo de las cuatro rameras que tenían sentadas a su mesa. En él bar, Sara, convertida ahora en una maravilla de diligencia, iba de un extremo a otro del mostrador, como si estuviera tocando un xilofón gigantesco. Los camareros iban de aquí para allá como juguetes mecánicos a los que se les hubiera soltado la cuerda, llevando en alto, sobre las puntas de los dedos, las redondas bandejas.
En aumento incesante, el histerismo se elevó: sobre la atmósfera de la sala ante la proximidad del Año Nuevo. Sobre la pista de baile, las mujeres se aferraban a sus parejas, con los párpados cerrados y los labios abiertos como si experimentaran algún vago terror. El aire, ya denso y enrarecido con el humo y el aliento humano, era espolvoreado con el confeti y listado con las serpentinas. "



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