Manhattan Beach (fragmento)Jennifer Egan
Manhattan Beach (fragmento)

"Dexter se marchó del restaurante y, en cierto modo, ya no volvió más, aunque desde luego iba y venía. Aquellos años trabajando para el señor Q fueron míticos gracias al congresista Andrew Volstead, de Minnesota, y a otros como él, que creían que el alcohol iba a arruinar Estados Unidos. Dexter tenía apenas diecinueve años cuando se aprobó la Ley Seca, y pronto descubrió que desafiarla le provocaba una euforia delirante. Le encantaba conducir vehículos caros por carreteras secundarias y se le daban muy bien las persecuciones. En el peor de los casos, siempre le quedaban los bosques y Dexter corría que se las pelaba, o se echaba en la orilla de un arroyo, para que la corriente ocultara sus jadeos, envuelto en el aroma de musgo, pino y fresno, con las estrellas salpicando el cielo: una belleza y unas emociones que superaban lo que jamás hubiera podido imaginar.
Dexter subió al coche y condujo varias calles hacia el norte, hasta la esquina de Mermaid con la Diecinueve Oeste. El restaurante había cerrado en 1934. Dexter podría haberlo salvado, pero su padre sólo había aceptado que le descontaran parte del dinero que pagaba a cambio de protección. El cáncer se lo había llevado a los cincuenta y ocho años, aunque Dexter nunca lo había oído toser antes de perder el restaurante.
Hacía años que no se detenía en aquella esquina, pero el lugar le pareció idéntico hasta un punto inquietante: aquellas persianas ridículas y la barra cubierta de polvo, las letras doradas de su apellido impronunciable medio desconchadas al otro lado del ventanal. Una mesa rota, colocada boca abajo. Dexter debía de haber servido los célebres espaguetis pescatore de su padre en aquella mesa, llenando las copas de vino con una servilleta blanca impoluta sobre el brazo y electrizado por el paisaje invisible que acababa de descubrir: un entramado de códigos y conexiones que relegaban el mundo cotidiano a la inexistencia. A veces le parecía oír el latido del poder del señor Q en el pulso de la vida diaria, inaudible como un silbato para perros. Nada podría haberle impedido buscar el origen. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com