Semillas mágicas (fragmento)V. S. Naipaul
Semillas mágicas (fragmento)

"Al fin llegaron a la base, donde Willie tenía su propia choza. El deseo del alto mando de extender las zonas liberadas no se había cumplido, y todos lo sabían. Pero a pesar del pesimismo de la mayoría, Willie se alegró de haber vuelto a un sitio en el que ya había estado. Era como si ya no estuviera flotando en el espacio; tenía la sensación de que podía volver a ser dueño de sí mismo. Le gustaba el techo de paja bajo, limpio —tan protector, sobre todo cuando estaba en su cama de cuerda—, donde podía guardar cositas entre la paja y las vigas; le gustaba el suelo de tierra batida, enyesado, que sonaba a hueco al pisarlo.
Willie esperaba volver a ver pronto al jefe de sección, el hombre de modales delicados, educados. Pero no andaba por allí. Llegó la noticia de que había desertado, que se había entregado a la policía tras complicadas negociaciones. Había reclamado la recompensa que se ofrecía por su detención; los guerrilleros que se entregaban podían reclamar esa recompensa. Después volvió a la gran ciudad de la que había salido. Allí estuvo acechando durante varios días a su mujer, de la que estaba separado, hasta que la mató a tiros. Nadie sabía dónde estaba. Quizá se hubiera suicidado; lo más probable, con la libertad de movimientos que debía de haberle dado la recompensa, es que anduviera suelto por el inmenso país, sirviéndose de su experiencia guerrillera para ocultarse y disfrazarse, y tal vez estuviera despojándose de su antigua personalidad y del dolor que había llevado a sus espaldas durante tantos años.
La noticia habría causado más revuelo si la policía no hubiera detenido a Kandapalli más o menos al mismo tiempo. Eso era con mucho el acontecimiento más importante, a pesar de que Kandapalli había perdido a la mayoría de sus seguidores y representaba un riesgo de seguridad tan pequeño que la policía no tomó precauciones especiales cuando lo detuvieron ni cuando lo llevaron a juicio. Lo más destacable era el cuaderno de recortes de periódicos que llevaba siempre. En ese cuaderno había pegado fotografías de niños aparecidas en los periódicos. Podían despertar profundas emociones, esas fotografías de niños, pero Kandapalli ya no era capaz de distinguir nada; se le había ido la cabeza, y lo único que le quedaba era esa gran emoción. A Willie le conmovió profundamente, mucho más que la primera vez que oyó hablar de Kandapalli a Sarojini en Berlín: su pasión por la humanidad, sentirse al borde de las lágrimas. No había forma de establecer contacto con su hermana, y durante varios días, con una impotencia y una pena inmensas, pena por sí mismo y por el mundo, por toda persona y todo animal heridos, Willie intentó penetrar en la mente de aquel hombre trastornado. Intentó imaginarse al viejo maestrillo eligiendo fotografías de los periódicos y pegándolas en su cuaderno. ¿Qué fotografías le habrían llamado la atención, y por qué? Pero no podía acceder a aquel hombre; seguía prisionero de su mente, incomunicado para siempre. Pensar en la perturbación mental, adonde nadie podía acceder, los inimaginables giros y vueltas del presente al pasado, interesaba más de lo que lo hubiera hecho la noticia de la muerte de aquel hombre. "



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