La trasmigración del amor (fragmento) "Algún tiempo después, el anciano sacerdote, tío de Luz y protector cariñoso de Ismael y Darío, exhaló el último suspiro. El día del entierro Ismael acompañó el cadáver al camposanto, lo dejó en la tumba y, de vuelta a casa, supo que Darío y Luz le habían abandonado. Buscó en todas partes a la que amaba su alma; la buscó y no la halló. Rodeó el campo y la ciudad; corrió por calles y plazas; buscó en todas partes a la que amaba su alma; la buscó y no la halló. De vuelta a su casa corrió al cuarto de Luz, y, allí, entre las páginas de un libro de oraciones, encontró un papel que decía: «Perdón; nos amamos». El sol se hundió en occidente; cuando Ismael levantó los ojos todo era sombra y oscuridad; miró en torno de sí y le pareció que la naturaleza había muerto; contempló su corazón y lo encontró vacío. El amor sin esperanza es tormento cruelísimo que solo extingue la muerte. [...] Era el vivo retrato de Luz, mucho más joven que cuando le abandonó con su hermano; tenía la misma cara, los mismos ojos, igual el color del rostro y del cabello, su boca, su expresión, todo, todo idéntico y semejante a Luz. El tiempo, en lugar de correr, había retrocedido hasta convertirla en una niña. La pasión, contenida tanto tiempo en el pecho de Ismael, rompió, estalló y se desbordó de nuevo en presencia de aquella imagen del pasado, llena de misteriosas y dulces promesas para lo porvenir. Aurora era de una constitución delicada y de un temperamento débil; al ver su talle se pensaba en la posibilidad de que el viento lo tronchase; sus ojos eran vivos y deslumbrantes, en ellos residía toda la vida de aquel pequeño ser cuyas miradas llegaban al corazón de Ismael como agudas y aceradas flechas. Aurora tenía un temperamento triste, una naturaleza melancólica y un espíritu serio y pensativo. La nostalgia se había apoderado de su alma y se reflejaba en sus ojos, en sus palabras y en sus actitudes de abandono y de cansancio; nada cautivaba su atención; en cambio todo le producía disgusto. " epdlp.com |