Los adorables gemelos (fragmento)Sarah Grand
Los adorables gemelos (fragmento)

"Evadne me desconcertó. Como regla, de antemano, los hombres de mi profesión, particularmente los especialistas como yo, tenemos la capacidad de categorizar el carácter de una mujer y sus tendencias hacia la bonhomía o hacia la delación de sí misma en el mismo proceso de diagnóstico de su enfermedad si la fémina le consulta o más simplemente en el transcurso de media hora de conversación a solas con ella. Pero incluso después de haber visto a Evadne muchas veces, y sentir ampliamente que conocía todos sus modos y giros habituales de expresión que la distinguían de otras damas, estaba absorto. Normalmente, no estamos lo suficientemente interesados en las personas que conocemos para entender plausiblemente sus caracteres, pero un médico que carezca de la visión suficiente para hacerlo a voluntad tiene pocas posibilidades de éxito en su profesión. Y, dada esa inusual incertidumbre, el hecho de comprender a Evadne resultaba crucial para mí. Sin duda, era un objeto de estudio interesante y más aún teniendo en cuenta esa dificultad inicial -adversidad que comprobé común en otras personas de su entorno al ser conocedor de los habituales chismes. Era evidente que cualquiera que fuera su carácter real, no era ninguna persona insignificante. Antes de haber estado alrededor de una quincena en el vecindario, había dejado tras de sí una impresión clara y se discutía libremente acerca de ella, hecho que por sí mismo permite entrever dos posibles explicaciones: primera, su individualidad estaba tan marcada que atraía la atención de inmediato, y segunda, se concitaba en torno a su persona el hálito de algo que provocaba las críticas. No es que la crítica de una comunidad como la nuestra resulte particularmente fructífera, basándose fundamentalmente en meras lamentaciones que reflejan más el precario nivel de inteligencia de quien formula la crítica en tales barrios que la verdadera singularidad de la persona objeto de la poco sutil diatriba y es que las personas ordinarias no son capaces de asumir que no son aptas para emitir condena alguna. Alguien llegó a afirmar que alabar moderadamente es una clara señal de mediocridad; y, asimismo, alguien podría haber añadido que denunciar decididamente indica deficiencia en una multitud de cualidades estimables -entre las que merece especial nombradía la capacidad de discernimiento- sin embargo, no hubo ninguna cuestión de denuncia en este caso concreto. Evadne era motivo de acérrima disputa más por lo que no era que por lo que era. Una dama conocida por mí verbalizó mis pensamientos al sugerir que Evadne podría ser más amable si quisiera, lo cual me hizo sospechar que había algo artificial en su actitud hacia el mundo en general y, concretamente, hacia todo lo relacionado con el pensamiento y la opinión y que, si hubiera sido natural, habría diferido de sí misma como nosotros la conocíamos en tantos aspectos tangentes. Lo cierto es que la tan manida naturalidad es una cualidad cuya relevancia tiende a magnificarse. Si eres naturalmente agradable, todo está conforme, pero si por el contrario fueras desagradable, nosotros deberíamos agradecer que no todos nuestros amigos sean naturales según el común de los pareceres.
Contemplando la situación retrospectivamente, no puedo evitar preguntarme el porqué nosotros, íntimos amigos de Evadne, deberíamos haber esperado más de ella que de otras personas afines. Ése ciertamente era el quid de la cuestión y lo cierto es que ella nos había decepcionado. De algún modo nos inclinábamos a pensar que ella habría sido una mujer representativa tal como el mundo espera en estos tiempos de modernidad, suscitando una impresión indeleble que hubiera trascendido el devenir del tiempo; y ésa fue probablemente su objeción, expresada con una seriedad dotada de notable apasionamiento no obstante. Representar un rol para el que entre nosotros existía un quorum sobre sus excelsas cualidades inherentes al mismo había devenido en un puzzle sin aparente solución. Su inclinación natural tendía en esa dirección, pero algún cambio había sobrevenido, en particular diría que la tormentosa dificultad quizás aliena que se cernía con fuerza sobre ella. Al principio de conocerla, sin embargo, pude cerciorarme de que su actitud en relación a ello no era algo inherente sino deliberadamente elegido. "



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