La ascensión al Mont Ventoux (fragmento) "Entonces, pensando que ya había visto bastante aquel monte, volví hacia mí mismo los ojos interiores y desde aquel momento no hubo quien me oyera hablar hasta que llegamos abajo; bastante trabajo —trabajo silencioso— me habían traído aquellas palabras. No podía creer que aquello hubiera sido casual: estaba convencido de que cada una de las palabras que había leído allí se había dicho para mí y no para ningún otro; y me venía a la cabeza que lo mismo había pensado una vez Agustín sobre sí cuando, leyendo el libro del Apóstol, según él mismo refiere, lo primero que apareció ante su vista fue esto: «No en comilonas y borracheras, no en fornicaciones y procacidades, no en la rivalidad y la envidia; al contrario, revestíos del Señor Jesucristo, y no busquéis la concupiscencia de la carne». Esto le había pasado ya a Antonio cuando, al oír aquel pasaje del Evangelio que dice «Si quieres ser perfecto, vete y vende todo lo que tengas y dáselo a los pobres, y ven y sígueme, y tendrás un tesoro en el cielo», se aplicó a sí mismo el mandato del Señor —según cuenta Atanasio, el autor de su biografía— como si hubiera sido dicho por su causa. Y así como Antonio no quiso saber más después de oír aquellas palabras, así como Agustín no siguió adelante después de leer aquellas otras, así también para mí toda la lectura se limitó a las pocas palabras que he citado más arriba, mientras meditaba en silencio sobre la estupidez de los mortales que, descuidando su lado más noble, se dispersan en multitud de cosas y se pierden contemplando vaciedades, buscando fuera de ellos lo que podía encontrarse en su interior, y mientras me preguntaba cuál no sería la nobleza de nuestro espíritu si, degenerando voluntariamente, no se hubiera apartado de su esencia original y si él mismo no hubiera convertido en motivo de vergüenza lo que Dios le había dado para enaltecerlo. ¡No te imaginas cuántas veces me di la vuelta aquel día, al regreso, para mirar la cumbre del monte! Y me pareció que su altura apenas era de un codo al lado de la altura de la contemplación humana cuando no se la hunde en el lodo de la fealdad terrena. También esto me venía a la mente a cada paso: si no me ha importado padecer tan grandes trabajos y sudores para que mi cuerpo estuviera un poquito más cerca del cielo, ¿qué cruz, qué cárcel, qué tortura debería amedrentar a un espíritu que se acercara a Dios aplastando la hinchada cabeza de la insolencia y los designios de los hombres? Y esto otro: ¿a cuántos les es dado no desviarse de esta senda, ya sea por miedo a los sacrificios o por deseo de placeres? ¡Qué felices serán! Yo diría que el poeta pensaba en ellos, si es que existen en alguna parte. " epdlp.com |