Tras la muerte de don Juan (fragmento)Sylvia Townsend Warner
Tras la muerte de don Juan (fragmento)

"Ella se dio la vuelta, abandonando al maestro con tanta gracia que este ya se había olvidado de que estas personas de alcurnia desdeñan a los hombres con intelecto. Hermosa y virtuosa, era también inteligente. La siguió hasta la cabecera de la cama, preguntándose qué diría sobre la pierna. El recuerdo de la vaca de Pedrillo le perseguía; se oyó a sí mismo aconsejarle grasa de víbora.
¡Grasa de víbora, grasa de víbora! ¡Qué sugerencia más loca, un remedio vulgar con connotaciones de lo más desafortunadas! ¿Dónde había perdido la sesera? Ahora se lo contarían a don Saturno, y don Saturno se acordaría de la vaca de Pedrillo, y el erudito de Oviedo, el caballero refinado reducido a la pobreza y la rusticidad, pero caballero al fin y al cabo, quedaría marcado en el recuerdo de doña Ana como el médico de caballos de Tenorio Viejo. Se detuvo en medio del sendero polvoriento. Ante él estaba la Casa del Moro: aquella habitación para los trastos que había acogido a delincuentes y a los enfermos de la peste y a los muertos. Se volvió y miró hacia atrás, al castillo, donde se había quedado doña Ana sentada, impregnando con su belleza aquel aire de beatería, donde su esposo jugaba a hacer el tonto con el sacerdote, donde el Viejo Hechicero se aprovechaba de las esperanzas de los hombres para inyectarles un veneno lento… aquel castillo al que había sido llamado y del que, una vez cumplida su misión, le habían despedido. Les importaba poco a los que vivían dentro de aquellos muros lo que sucedía fuera.
Recordó, sofocado por la ira, la voz de despreocupación de don Saturno. "



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