La salvación por las palabras (fragmento)Iris Murdoch
La salvación por las palabras (fragmento)

"Si pensamos que la imitación ha de ser la única vara de medir a la hora de hablar tanto del mérito en el arte como del arte mismo —de su identidad, de lo que lo diferencia de todo lo demás—, mal nos ha de ir; no solo porque no quede claro qué sea la imitación, sino porque algunas imitaciones artísticas serán mejores que otras y no es sencillo decir por qué. Cuando de la imitación se trata, ¿qué cuenta como mérito estético? Nos gustaría decir algo así como: «Un cuadro nos dice algo, una novela nos cuenta algo, eso está claro. El arte nos enseña, aprendemos a mirar el mundo, el arte es una especie de enunciado, tiene un componente cognitivo muy importante». Ahora bien, ¿cabe en todo eso un concepto de tanto calibre como la verdad? ¿Es que el arte bueno es verdadero y el arte malo falso? Me inclino por responder que sí a tan enrevesada pregunta. Vayámonos en este punto a la literatura. En el arte, sirve de gran ayuda consultar el vocabulario que usa la crítica: lo que dicen los críticos cuando hablan como si tal cosa de la forma en el arte. En literatura, parte de la crítica es puramente formal; pero abunda más la que es, en un cierto sentido, moral; y, en este caso, a veces el crítico acusa al escritor de mentir de alguna manera, de tergiversar la realidad. Cuando se usan palabras como «sentimental», «pretenciosa», «vulgar», «trivial», «banal», etcétera, hay una acusación velada de falsedad. Asomémonos por un momento al contexto filosófico en el que se enmarca la idea de imitación, o mímesis, por darle el nombre original. Por descontado, Platón consideró que el arte era en lo esencial mimético, o imitativo. Harto bien conocida es su hostilidad hacia el arte. Y cabe decir que, en líneas generales, lo es por tres tipos de razones. En primer lugar, le daba miedo, como a todo gobernante absolutista, el poder de persuasión y propaganda que tiene el arte, la emoción irracional que encierra, la capacidad para contar mentiras y hacerlas atractivas; o bien, se podría añadir, la voz que da a la verdad subversiva, incómoda. En segundo lugar, el arte le parecía una distracción importante del estudio de la naturaleza. El arte inhibiría la reflexión y la liberación que brinda el pensamiento. Para Platón, el bien y el conocimiento quedan por el mismo lado. Las Ideas o Formas —conceptos de una gran universalidad y fuentes de iluminación moral— estaban en lo más alto de la escala dialéctica; pero las producciones artísticas se hallaban en lo más bajo de dicha escala, pues eran imitación irreflexiva de cosas concretas y triviales; meras reproducciones del mundo de los sentidos, y sobre las cuales deberíamos reflexionar de un modo racional. Y recuérdese que en el último libro de La República discute Platón el caso de un hombre que está pintando la cama; y allí indica que el pintor se ocupa de una actividad de lo más mundano, más baja incluso que la del carpintero.
Toda reflexión racional —como por ejemplo, la medición— nos llevará más allá de los particulares, que pertenecen al mundo sensible, para acercarnos al conocimiento y, de suyo, al bien. Tercero, Platón rechazó el arte también por razones complejas desde un punto de vista psicológico; y en esto lo preocupaban más los dramaturgos que los pintores. Creyó que el arte era una fantasía de las emociones. Que daba cauce y expresión a la parte más baja de la imaginación del artista y, como tal, apelaba a la parte más baja de la imaginación del cliente: aquí hago uso de la palabra cliente para englobar en uno al espectador de teatro, al lector del libro, al que escucha música, al que contempla el cuadro, etcétera.
El arte era, según esto, substituto emocional de la realidad; y no dista mucho esta opinión de la que el arte le mereció a veces a Freud. "



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