El cuento de la noche 672 (fragmento)Hugo von Hofmannsthal
El cuento de la noche 672 (fragmento)

"En esos días sucedió que le llegó una carta hasta cierto punto inquietante. La carta no llevaba firma. De manera imprecisa el remitente culpaba al criado del hijo del comerciante de haber cometido en la casa de su anterior dueño, el embajador persa, un execrable delito. El desconocido parecía albergar un odio violento contra el criado y añadía numerosas amenazas. También contra el hijo del comerciante se atrevía a usar un tono descortés, casi amenazador. Pero no se podía adivinar a qué crimen se aludía ni qué fin podía tener esta carta para un remitente que ni se daba a conocer ni exigía nada. Leyó varias veces la carta y admitió que sólo el pensamiento de perder a su criado de una manera tan repugnante, le producía un gran temor. Cuanto más pensaba en ello, tanto más se excitaba y tanto menos podía soportar el pensamiento de perder a una de esas personas con las cuales había pasado a través de la costumbre y de otros poderes secretos.
Se estaba paseando de una parte a otra. La excitación colérica le desasosegaba en tal medida que, de repente, arrojó su levita y su cinturón y se puso a pisotearlos. Era como si le hubieran ofendido en su más íntima posesión, como si le hubieran amenazado y le quisieran obligar a huir de sí mismo y a negar aquello que él estimaba. Tenía compasión de sí mismo y, como siempre en semejantes momentos, se sentía como un niño. Veía ya cómo le arrancaban de la casa a sus cuatro criados y le parecía como si le retiraran silenciosamente todo el contenido vital, todos los recuerdos dolorosos y dulces, todas las expectativas a medio concienciar, todo lo indecible, para ser arrojado en cualquier parte sin consideración, como un montón de algas o de hierbas marinas. Por primera vez comprendió aquello que de niño tanta rabia le provocaba: el amor temeroso que su padre tenía hacia las cosas que había adquirido, a las riquezas de su abovedado almacén, bellos e insensibles hijos de su búsqueda y preocupaciones, misteriosos engendros de los imprecisos y más profundos deseos de su vida. Comprendió que el gran rey del pasado tendría que haber muerto si le hubieran quitado las tierras que él, desde el mar del Occidente hasta el mar del Levante, había sometido y soñaba con dominar, pero que eran tan extensas que no tenía ningún poder sobre ellas y de las que no recibía otro tributo que el pensamiento de que las había sometido y de que nadie más que él era su rey.
Decidió hacer todo lo posible para solucionar este asunto que tanto le preocupaba. Sin decir ni una sola palabra de la carta al criado, se levantó y se dirigió sin compañía a la ciudad. Una vez allí decidió visitar antes que nada la casa que habitaba el embajador del rey de Persia, pues abrigaba la esperanza imprecisa de encontrar allí algún punto de apoyo.
Pero, cuando quiso llegar, era ya bien entrado el atardecer y no había nadie en la casa, ni el embajador ni ninguno de sus jóvenes servidores y gente de compañía. Sólo el cocinero y un viejo escribano subordinado estaban sentados en la oscura penumbra del portón. Pero fueron tan desagradables y dieron unas respuestas tan breves y malhumoradas que les volvió la espalda con impaciencia y decidió volver al día siguiente a mejor hora. "



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