Franklin Evans, el borracho (fragmento)Walt Whitman
Franklin Evans, el borracho (fragmento)

"Cuando me desperté a la mañana siguiente y me puse a pensar en qué era lo que tenía que hacer en primer lugar, comprendí que entre mis prioridades se encontraba buscar pensión. Después de desayunar, crucé el río en trasbordador y compré uno de esos periódicos de un penique para buscar entre sus páginas de anuncios un alojamiento que se ajustara a mis posibilidades. Me sorprendió comprobar que todo lo que encontraba tenía «el mejor emplazamiento», las «mejores instalaciones», o «habitaciones a su medida» y siempre con «todas las comodidades a su alcance». Ahora bien, los establecimientos que informaban al lector de que no se permitían niños los pasé por alto, ya que por aquel entonces me encantaba rodearme del alegre bullicio de los más pequeños y no me molestaban, como a otros, sus particularidades.
Apunté la dirección de varias pensiones que podrían interesarme y me dispuse a buscar la que más me pudiera convenir. La primera que visité se encontraba en la calle Cliff. Una delgaducha solterona con cara avinagrada me recibió en la puerta y, tras preguntar por la dueña, me condujo hasta una sala de estar donde, minutos después, apareció la susodicha dama. Era tan ceñuda como la primera y, una vez le expuse mi cometido, me dio a entender que no objetaría a que me aposentara allí siempre y cuando cumpliera una serie de condiciones: no podía llegar más tarde de las diez de la noche; debía estar presente de buena mañana en las oraciones matinales junto al resto de los huéspedes; no podía entrar en la sala de estar, a excepción de los domingos, y siempre debía llevar una camisa de puños limpia cuando estuviera sentado a la mesa. Entonces me puse el sombrero y, con toda educación, le comuniqué que, en caso de que me interesaran tales términos, volvería a saber de mí.
Caminé calle abajo hasta llegar a otra casa, de la que el anuncio decía que ofrecía buenos servicios a precios muy razonables. Supuse, pues, que aquello significaba que se trataba de una pensión económica. Tras subirme el ama hasta el desván, repleto de camas de todas clases y tamaños, me señaló uno de los catres empotrado en un rincón, lo que despertó cierta desconfianza en mí con respecto a aquel lugar. Asimismo me informó de que todas las comidas estaban incluidas en el precio de tres dólares por semana que debía pagar puntualmente todos los sábados por la noche. Ni la mirada de aquella mujer ni la casa me gustaron, pues me pareció que ambas rebosaban suciedad, con lo que hice el mismo comentario que en la pensión anterior y me marché. "



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