Un perro (fragmento)Alejandro Palomas
Un perro (fragmento)

"Silencio.
Lo que hay ahora en la cafetería es silencio, nada más. Calla Silvia a mi derecha y a mi izquierda callan Emma y también mamá, que me mira con cara de angustia y continúa tapándole con la mano las orejas a Shirley, que sigue acurrucada contra su pecho sobre la bolsa verde. El silencio de ahora es ese silencio espeso y eléctrico que queda en el aire después de un cuento triste.
El cuento de un atropello.
Durante unos minutos, he contado cómo lo hacemos cuando la memoria recupera los datos pero no el dolor, como contó Emma su viaje a Roma el día que mamá llegó con R a casa y me pidió en su carta que la llamara: desde arriba, desde lejos, no queriendo estar. Y mientras contaba, una parte de mi cerebro repasaba los detalles, rastreando las escenas en busca de esas señales y cosas buenas que no vemos en el momento de vivirlas, pero que desde la distancia quizá apunten a un desenlace más benigno.
No me he alargado mucho. He contado que al salir de casa de mamá, alguien se había dejado abierta la puerta de la calle y no he tenido tiempo de atar a R. Que, aunque todo ha ocurrido en unos instantes, a mí me ha parecido que ocurría a la vez: en cuanto he pisado la acera, delante de R ha estallado un petardo que ha caído desde la terraza de una finca contigua. Aterrado, R ha echado a correr y al llegar a la esquina, sin tan siquiera volverse a mirar, ha cruzado la calle, colándose entre dos furgonetas blancas de reparto aparcadas junto a la acera. No he visto más. Luego he oído un largo chirrido de frenos, un ladrido ahogado y un golpe seco, seguido de otro chirrido, este más breve. Después, nada. Silencio. Deben de haber transcurrido unos diez segundos desde que hemos salido de casa hasta ese instante y, sin embargo, en mi memoria sigue siendo uno solo, una turbia mezcla de ver, prever, negar, no creer, no querer, no poder, cámara lenta, impacto, horror, un horror físico, como si no llegara el aire y todo lo que hubiera fuera un jadeo largo y sordo que se extendía desde el portal de casa de mamá hasta ese punto muerto de la calle que yo no veía, oculto por las dos furgonetas blancas, pero que palpitaba como una herida sin abrir, llena de todo lo feo y lo no querido. "



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