La acompañante (fragmento)Nina Berberova
La acompañante (fragmento)

"Es posible que si, durante aquellas semanas, María Nikolaevna hubiera cambiado de cara y de alma, si hubiera sufrido de tal modo que todo el mundo, incluida yo misma, lo hubiese notado, si hubiera caído enferma o perdido su voz… no sé, pero es posible que eso me hubiera bastado. Pero no noté nada, salvo aquella especie de dulzura que había aparecido en ella y, en algunos momentos, una mirada inquieta. Se mostraba de nuevo amable y solícita con Pavel Fedorovich, de nuevo trabajaba mucho y con aplicación; embellecía a ojos vista de una manera deslumbrante y proseguía su vida con gran seguridad en sí misma y con plena libertad. Y yo sentía que me difuminaba cada vez más ante ella, mientras ella crecía como cantante y, tanto física como espiritualmente, se aproximaba a una especie de punto focal de su existencia, punto que ella sería capaz de hacer durar largos años con su inteligencia, su belleza y su talento.
Había en su equilibrio algo que me maravillaba hasta el espanto, hasta la repugnancia por ella. No me cabía duda de que engañaba a Pavel Fedorovich, pero lo hacía de una manera que no tenía nada de común, y él, sin duda inconscientemente, incluso la ayudaba: jamás le preguntaba, ahorrándole así la mentira y no humillándola; ella no tenía más que callar. Tampoco dudaba yo de que entre Ber y ella no había una «aventura» —aplicada a ella, esa palabra era tan absurda como una muleta que se hubiese pegado de repente a su cuerpo asombrosamente «justo» y regular—, sino un amor largo, difícil y tal vez sin salida. Y a pesar de esos sentimientos insolubles, ella continuaba irradiando una especie de felicidad constante. Y era esa felicidad constante la que me incitaba a castigarla.
No habría bastado hacer comprender a Pavel Fedorovich que Ber estaba en París. Necesitaba poder demostrar que ella se veía con él… Por el momento, aún no pensaba sobre la manera en que utilizaría las pruebas y cómo informaría a Travín. Esperaba, acechaba.
No pensaba en un éxito fortuito. Eso habría sido demasiado sencillo: salir a la calle y encontrarme con ellos. En varias ocasiones creí que la propia María Nikolaevna iba a hablarme de Ber. Creo que esto habría bastado para que yo abandonase para siempre toda idea de cualquier venganza contra ella o de ajuste de cuentas con ella, unas cuentas que sólo Dios podía pagar. En los últimos tiempos resultaba cada vez más raro que se mostrase conmigo tan afectuosa como antes, en los primeros meses de nuestra vida en común. Pero, de todos modos, algunas veces ocurría. Yo estaba sentada al piano, ella en pie detrás de mí y colocaba la mano sobre mi cuello, en ese sitio donde tengo dos duros tendones y un hoyito en medio. Y tocaba mis cabellos. "



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