Pasajera a Teherán (fragmento)Vita Sackville West
Pasajera a Teherán (fragmento)

"No fue aquello lo único que descubrimos de Seyed, porque, como si intentara de forma deliberada que conociéramos el tercer aspecto de su vida, nos guio hasta su tienda del bazar. Hasta entonces no habíamos sabido a qué se dedicaba: era tabaquero. Nos reveló su vida de un modo tan completo, destapó con una gravedad tan hermosa las tres miniaturas de su existencia, condujo todo el asunto con tanta autoridad que podría haber dado pie a sospechar que era un artista consciente de su talento, pero eso, por descontado, era completamente imposible. Nos sentamos allí en su tienda a fumar y a tomar té, mientras el tráfico del bazar pasaba de largo y nuestro mercader exponía sus opiniones sobre las relaciones ruso-persas. Seguía mostrándose perfectamente tranquilo y digno, y era como si aquel breve interludio en la corte de su hogar secreto jamás hubiera tenido lugar, pues no hizo ninguna referencia a él. Se colocó tras el mostrador y sus largos dedos de uñas anaranjadas juguetearon distraídos con las pesas de latón y la balanza. De aspecto bien cuidado y aire noble, era un hombre que controlaba su vida. El local estaba repleto hasta el techo de paquetes de cigarrillos amontonados, envueltos en papeles de vivos colores; de vez en cuando se detenía un transeúnte y Seyed se incorporaba para bajar un paquete, o para pesar una pizca de tabaco que liaba en un papel, todo ello con movimientos sosegados; y luego dejaba que las monedas que recibía a cambio fueran cayendo de sus dedos al cajón como si no le importaran más que simples gotas de agua. Era curioso contemplar el bazar de aquella forma, desde el ángulo contrario, desde dentro, mirando hacia el exterior y no hacia el interior. Llegó luego el hijo de Seyed, un jovencito alto de tez oscura, muy parecido a su padre; tenía tienda propia calle arriba. Seyed lo miró con orgullo. Sabía leer y leyó a su padre una carta que este había sido incapaz de descifrar. ¿Cuál sería, me pregunté, la relación entre el hijo y la mujer de la segunda casa? ¿Sabría siquiera de su existencia? ¿O lo sabría todo al dedillo? Se me presentó entonces una nueva maraña de relaciones; ¿Qué comunicación debía de existir, por ejemplo, entre las mujeres esquivas que habían enviado para que nos sacaran agua, para que nos hicieran la cena, y la de la túnica azul que tan brevemente se había mostrado tras la rosa amarilla, la mujer consentida, la mujer adorada? ¿Eran rivales? ¿O tal vez señora y criadas? ¿O, de forma deliberada, extrañas unas a otras? Eran cosas que jamás averiguaría, por mucho que me interesasen, secretos que debía dejar (yo, que me alejaba para volver a una vida de mayor variedad) a la aldea sagrada y al comerciante persa. "


El Poder de la Palabra
epdlp.com