Los otros son más felices (fragmento)Laura Freixas
Los otros son más felices (fragmento)

"Cuando tu padre tenía cuatro años», contestó ella. Eso significaba 1936, pero me llamó la atención que no mencionara el año, ni el mes. Digo lo del mes porque ese año es totalmente distinto según se trate de antes o después del 18 de julio. En otra ocasión, una vez que fui con mi padre a visitar la tumba de mi abuela quise saber dónde estaba enterrado el abuelo. Mi padre me dijo que en su pueblo —San Roque, en Andalucía—, porque había muerto allí. A mí me extrañó, porque si estaba allí sería de vacaciones, y eso no casaba con lo del andamio… Prometido, es que es una historia muy larga y no quiero perder el hilo ahora.
Mi abuela se puso de cocinera en un bar. ¿Qué otra cosa podía hacer? No sabía hacer nada más que limpiar y guisar. ¡Qué vida!, todo el día metida en un cuchitril, con luz eléctrica y el rugido del extractor, la cara encima del aceite hirviendo… Se llevaba al niño, de eso le viene a mi padre la afición a los bares, se encuentra como en casa. Más tarde se colocó de portera en la calle Ferraz.
Vivía en la parte trasera de la portería: un chiscón sin ventanas, con un fluorescente en el techo, siempre encendido, como en las granjas industriales, y la radio también; una mesa cubierta por un mantel de hule, una silla, olor a coliflor hervida y a meados de gato —tenía un gato que dormía en su cama, y al que a las horas de comer sentaba en su regazo y le metía en la boca con los dedos trozos de comida que sacaba de su plato—, y a todas horas se oía, como si estuviera dentro de la casa, el chirrido del ascensor —un ascensor antiguo, lento, en una jaula de hierro—, y de vez en cuando una voz desde arriba: «¡Ascensoooor!» cuando una puerta se había quedado abierta… Y así un día y otro día, un año y otro año, como si ella y media España estuvieran purgando, interminablemente, los pecados de su breve juventud, los años locos de la República, de la que no hablaba nunca. "



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