Historias de África (fragmento), de De Dublín a Nueva YorkMaeve Brennan
Historias de África (fragmento), de De Dublín a Nueva York

"El salón de delante solía estar cerrado. La señora Bagot entraba todos los días a inspeccionar y cuidar su colección de helechos, que tenía en una mesa junto a la ventana. Aquella mañana había despejado la mesa de los helechos y ahora se la veía transformada con un mantel bordeado de encaje y las piezas de porcelana blanca brillando sobre ella a la luz del fuego. El fuego hacía la estancia muy confortable. Era finales de mayo, un día bastante templado, pero la señora Bagot sabía que los sacerdotes que volvían a Irlanda desde Sudáfrica sentían vivamente la diferencia de clima, y además el obispo era muy mayor. Tenía la misma edad que habría tenido su padre; habían ido juntos a la escuela y habían crecido juntos en granjas vecinas de Wexford. El padre de la señora Bagot había muerto cuando ella tenía dos años, y ella siempre había sentido que su infancia acabó entonces, antes de empezar. Que ella recordase, su hermana mayor, sus hermanos y ella misma habían sido un poco como hombrecitos, ciudadanos de una república donde la madre era la severa, distante y controladora cabeza de familia. Se decía que la señora Kelly, la madre de la señora Bagot, nunca había superado la muerte de su marido. Era una viuda silenciosa, que nunca sonreía, y el manto de duelo que la cubría a ella y a sus niños se convirtió en el sustituto de la protección que habían perdido con la muerte del padre y, más tarde, se transformó en un símbolo de la voluntad de él. Los hijos de la señora Kelly siempre hacían lo que se les decía.
La señora Bagot quería preguntarle al obispo por su padre. Quería que alguien le contara una vez más que ella había sido su favorita. Lo había oído decir muchas veces, a su madre y a sus hermanos. Le habían contado hasta qué punto era la favorita de su padre cuando era una criatura y a medida que crecía, y se había hartado de escucharlo, pero de pronto deseaba oírlo otra vez. Esperaba que el obispo recordara que lo había sido y que se lo dijera. Pero el obispo era ya muy mayor y tal vez hubiera empezado a perder la memoria.
Había comprado un pastel glaseado para tomar con el té, porque no se fiaba de cómo podía quedarle si lo hacía ella, y había hecho pan, integral y blanco, y bollitos. Y había puesto mermelada y miel en panal. Deseó que llegara de una vez. Se estaba poniendo nerviosa esperándolo.
Lily se volvió de su vigilancia en la ventana cuando su madre y Margaret abrieron la puerta y entraron. La puerta tenía que estar cerrada por los gatos, para alejarlos de la mesa del té, pero Bennie, el viejo terrier blanco, yacía de costado en la alfombra frente a la chimenea fingiendo estar dormido, aunque con los ojos abiertos de par en par, esperando a que cortaran el pastel. Lily vio que su madre sonreía esperanzadoramente, como cuando todo salía mal y al fin se arreglaba, y que Margaret tenía la cara brillante pero calmada. "



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