Olga (fragmento)Bernhard Schlink
Olga (fragmento)

"En cambio, nunca estaba demasiado cansada para ir a pasear por los cementerios de la ciudad. Había aproximadamente una docena y la señorita Rinke los conocía todos, aunque algunos le gustaban más que otros: el cementerio de la montaña, el cementerio militar, el cementerio judío y el cementerio campesino, que se extendía ante las puertas de la localidad. Del cementerio de la montaña, el más grande de la ciudad, le gustaba la diversidad de los caminos, monumentos fúnebres y mausoleos; del cementerio militar, el terreno, que primero ascendía y luego descendía, de tal modo que parecía dirigirse hacia el cielo a través del campo cubierto de cruces de hierro; del cementerio judío, la sombra bajo los árboles antiguos, altísimos, y del cementerio campesino, las amapolas y los acianos que crecían en los márgenes de los campos vecinos. Las flores del cementerio de la montaña también le gustaban mucho, pero todavía le gustaba más la nieve que en invierno cubría los caminos y las tumbas y que se posaba sobre la cabeza, los hombros y las alas de las estatuas de ángeles y mujeres.
Allí no hablábamos demasiado, o mucho menos, en cualquier caso, que en nuestras caminatas por otros entornos. Ocasionalmente la señorita Rinke se detenía, comentaba algo acerca de una lápida, un nombre, una planta, me miraba y yo le contestaba. Pero por lo general solo se oían nuestros pasos, los pájaros y de vez en cuando el tintineo de alguna herramienta de jardín, el zumbar de la máquina que utilizaban para trasplantar las tumbas o las palabras discretas y los cantos de algún grupo de dolientes.
Yo creía saber por qué a la señorita Rinke le gustaban los cementerios. A lo largo de su vida había perdido a tantas personas cuyas tumbas le resultaban inaccesibles o desconocidas que paseando por entre tumbas de extraños tenía ocasión de hablar con sus muertos, con Herbert, con Eik, con su vecina de la región del Memel, con su abuela y con sus padres, de quienes apenas hablaba, pero que aún recordaba. Y no me costaba nada entenderla: a mí también me gustaba visitar la tumba de mis abuelos para recordarles todo lo que les debía y decirles que los echaba de menos. Pero cuando le conté todo esto a la señorita Rinke, resultó que para ella los cementerios eran otra cosa.
Resultó que no conversaba con sus muertos entre las tumbas de los extraños. Si le gustaban los cementerios era porque allí todos eran iguales, los poderosos y los débiles, los pobres y los ricos, los queridos y los desatendidos, los que habían triunfado y los que habían fracasado. Y eso no lo cambiaban ni los mausoleos ni las estatuas de ángeles ni las lápidas suntuosas. Todos estaban muertos y nadie podía ni quería ser más grande de lo que era: allí las ambiciones exageradas ya no existían. "



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