Recóndita armonía (fragmento)Marina Mayoral
Recóndita armonía (fragmento)

"Lo que le sucedía era que sólo llegaba al clímax del placer cuando sentía al mismo tiempo dolor. Y ni siquiera entonces estaba segura de haber sentido lo que la literatura erótica de la época llamaba el éxtasis de los sentidos y que hoy llamamos orgasmo. Era muy raro, porque estaba enamorada del profesor, lo encontraba guapo y atractivo y además le resultaban excitantes los preparativos, la ida a la casa de la modista, el desnudarse, las caricias previas. Pero no pasaba de la excitación. Sólo el primer día, cuando el profesor la desvirgó, había sentido una sensación muy intensa de dolor y placer unidos, pero, tal como lo contaba, no estaba yo segura de que no fueran fantasías construidas a posteriori, porque entonces me había dicho que sólo las negras lo pasaban bien la primera vez, como justificación de su falta de sensaciones placenteras. Pero también me había hablado del «sabroso martirio», así que no estaba claro.
En cuanto a lo que yo creía prácticas sadomasoquistas, en realidad no podían considerarse tales. Aquel primer día en que Arozamena la llamó al despacho tras las evidentes maniobras de calentarse conmigo, nada más cerrar la puerta del despacho, Helena le había dicho: Se comporta usted como un sátiro. O quizá: Te comportas… Para el caso, lo mismo. Arozamena le soltó una bofetada que la dejó viendo chiribitas de colores y, sin darle tiempo a recuperarse, la empujó al suelo y la tomó sin más preámbulos. Helena volvió a sentir lo mismo de la primera vez, que no estaba segura de que fuese un orgasmo, pero que era la sensación más intensa y más placentera que había sentido nunca. Y a partir de ahí había sido ella quien le había pedido cada vez que le pegase o le hiciese sentir algún tipo de dolor. Arozamena lo hacía, pero tengo la impresión, derivada de mi propia experiencia, de que más se debía a un deseo de darle placer que a su propio gusto. Al final, el profesor resultó ser menos egoísta de lo que siempre habíamos creído.
Su único vicio, si así puede considerarse, eran aquellos monólogos obscenos con los que se animaba a sí mismo y que no necesitaban correspondencia. Sólo en ocasiones me pedía algo que a mí me molestaba y me costaba un esfuerzo: que lo mirase mientras hacíamos el amor. Y fue ese deseo suyo lo que rompió el período de relativa tranquilidad que estábamos viviendo e inició la fase final de nuestra relación. "



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