Alfabetos (fragmento)Claudio Magris
Alfabetos (fragmento)

"Por una sola vez casi personaje de sí mismo, Ibsen, ya viejo y firmemente instalado en el orden de la familia y de su papel cultural, estuvo a punto de transformar y rehacer su vida con una convencional joven, Emilie Bardach, a la que nunca tuteó, pero huyó de su pasión por ella en el tren nocturno a Colle Isarco, el lugar de veraneo donde la había conocido; ocho años más tarde, le escribió tres líneas, para decirle que no podía olvidar aquel verano, el más feliz de su vida. En su última obra, Al despertar de nuestra muerte (1899), Rubek, el gran escultor, sacrifica el amor a Irene por el arte; también el arte es nihilismo destructivo y autodestructivo.
Cuando Ibsen, en aquellas semanas en Colle Isarco, estuvo a punto de mandar al traste la estricta construcción de su propia vida, aparecía, ironías del destino, su biografía oficial escrita por Jaeger. Tal vez el libro era un canal, un dique que protegía de la furia del mar y convertía las aguas que encerraba en estancadas y muertas. En El pequeño Eyolf (1894), Alfred quiere escribir un libro sobre la vida y luego comenzar a vivir, pero no lo acaba nunca, de modo que escapa así, como más tarde los ancianos de Svevo, a la confrontación con la vida misma.
Ibsen es un hito fundamental e impulsor de la mutación que sacudió y transformó la civilización occidental, de una agitación que todavía no se ha reasentado. Muchos escritores y filósofos que se han ocupado de esta transformación -la crisis del sujeto, el nihilismo, la vida real y su ausencia, la relación entre la existencia y su significado han partido del análisis de su obra: el joven Lukács, Slataper, Michelstaedter y muchos otros. A esta problemática, a veces llena de amargo y tiránico machismo, Ibsen fue capaz de darle a menudo una elevada y conmovedora voz poética, expresando el amor y la nostalgia, la feminidad de la existencia y del mundo. Probablemente ni siquiera su nieto habrá sido capaz de conciliar moral y felicidad. Si vivir -dice Ibsen- significa luchar contra los propios demonios, se pregunta si no será el hombre, en cambio, el propio demonio y por lo tanto no se puede combatir. Si escribir, como dijo Ibsen, significa pronunciar un último juicio sobre sí mismo, el juicio es tanto más difícil cuanto más grande sea el escritor. Quizá se escribe «a pesar de», la última palabra que, al parecer, murmuró Ibsen al morir. "



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