La isla de los delfines azules (fragmento)Scott O'Dell
La isla de los delfines azules (fragmento)

"Este último se levantó, y al volverse pude apreciar cómo sus ojos se habían tornado de un rojo brillante. Cuando el viejo cargó contra él por segunda vez, se le adelantó, hundiéndole los colmillos en el cuello. Al no soltar su presa, los dos enemigos rodaron juntos por el agua, levantando surtidores de espuma merced a sus frenéticos movimientos.
Las hembras habían escapado atemorizadas, pero el resto de los machos continuaba en sus primitivas posiciones, contemplando interesados los acontecimientos.
Ambos combatientes marcaron una pausa preparándose para el nuevo ataque. Era una buena oportunidad para disparar otra vez mi arco contra el joven, que se encontraba tumbado sobre la espalda, con sus dientes hundidos en el cuello del enemigo, pero esperaba verle ganar la batalla, y por eso permanecí en mi escondite sin mover un dedo.
El macho viejo tenía cicatrices tremendas en su cabeza y hombros, herencia sin duda de las batallas que librara en anteriores ocasiones. Repentinamente agitó con violencia la cola, intentando romper la presa que su enemigo mantenía en el cuello propio, y dio un golpe lateral contra una roca.
Haciendo fuerza contra ella sacó todo el corpachón fuera del agua, y se deshizo del funesto abrazo del otro elefante marino.
Trepó con facilidad pendiente arriba, abierta de par en par su enorme boca y seguido de cerca por su antagonista.
Venía en dirección a donde yo estaba, y por mi parte, en la prisa por quitarme de su camino, -sin saber si se proponía o no atacarme-, di unos pasos retrocediendo. En ese momento resbalé en una piedra y caí sobre mis rodillas.
Sentí un agudo dolor en la rodilla, pero pude levantarme enseguida. Para entonces el macho viejo había dado la vuelta en redondo, enfrentándose a su perseguidor con tal rapidez que el joven se vio sorprendido por completo. Nuevamente cayó al agua con violencia, y llevando además en el otro costado una profunda y larga herida que se debía a los colmillos del viejo.
Las olas se fueron tornando rojizas por la sangre, pero esta vez se incorporó sin tardanza, esperando la nueva carga de su adversario. Cuando se produjo se oyó un ruido como si en vez de animales hubieran chocado dos rocas. Una vez más el macho joven hincó sus colmillos en la garganta del otro, y juntos desaparecieron bajo las aguas. Al emerger de nuevo estaban todavía en mortal abrazo.
El sol había desaparecido, y la oscuridad era tan grande que apenas podía ver lo que sucedía a mí alrededor. La pierna me dolía muchísimo, y como tenía que recorrer un largo trayecto no quise esperar más. Conforme iba subiendo el acantilado podía oír su jadeo y gruñidos, e incluso los escuché durante una buena parte del camino de vuelta. "



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