El labrador de aguas (fragmento)Hoda Barakat
El labrador de aguas (fragmento)

"Pasamos días siguiendo el diri, cuenta mi madre, hasta que llegamos a un paraje que nos pareció propicio para nosotros y para nuestras bestias. Vivimos allí unos años muy felices que nos dieron más de lo que puede esperar y merece ningún pobre siervo del Señor. En aquella tierra había agua y bienes, hierbas que nadie en nuestro pueblo conocía y de las que ni siquiera nuestras expertas y sabias abuelas sabían el nombre o las propiedades. Ellas nos aconsejaron prudencia y sensatez ante determinadas especies que aquella tierra hacía crecer. Hasta que llegó el sheij Poldo. Mi madre lo llamaba sheij Poldo y mi primo Fajro, que había estudiado en las escuelas de Beirut, la corregía: Se llama Leopoldo Soldini, tía, lo he leído en un libro sobre nuestro pueblo escrito por un cura francés. Mi madre sonreía entonces con aire socarrón y le decía: ¿Y ese cura sabía su nombre mejor que él mismo? Anda ya. Nosotros lo llamábamos sheij Poldo y él nos respondía de buena gana. Dile eso a tu cura francés, Fajro sabelotodo, que se cree quién sabe qué porque ha estudiado en Beirut, Fajro el chico guapo que ostenta una gran parada en el mercado de verdura y que todavía no se ha casado…
A lo que íbamos, decía mi madre. Vino el sheij Poldo y se quedó entre nosotros hasta hablar nuestra lengua. Nos dijo que las plantas que no conocían nuestras sabias abuelas no las hacían crecer los duendes sino Dios Todopoderoso. El sheij Poldo nos enseñó cómo curarnos con aquellas plantas y nosotros conservamos todo su saber antes de que dejara nuestra tierra para morir en Zaju, lugar al que llegó cuando se dirigía de regreso a su lejano país, en tierra de francos. En Zaju tiene hasta hoy mismo un mausoleo que visitan enfermos llegados de todas partes y de todas las religiones. Y muchos de ellos han sido curados gracias a la compasión de su alma pura.
Shamsa me dijo que lo que sabía y me había transmitido a mí acerca de todas aquellas plantas que me traía cada vez que estaba un poco enfermo, y que ella consideraba que podían hacerme bien, lo había aprendido del sheij Poldo.
Shamsa me dijo también que era una mujer con muchos conocimientos. No soy una ignorante, aunque no haya ido a las escuelas de Beirut. Sé cosas que tú no sabes sobre muchos temas. Además, sigo aprendiendo y sorprendiéndote, ¿verdad?
Mi madre cuenta, decía Shamsa, que vivimos en aquel lugar durante muchos y muchos años, más felices de lo que puede esperar o merece ningún pobre siervo del Señor. Pero a pesar del vigor de mi padre y de la juventud de mi madre, y a pesar de las infusiones de mandrágora de las que ya te hablaré más adelante, no conseguían tener ningún hijo. Sin embargo mi padre no se casó con ninguna otra mujer ni le apenaba especialmente el no poder procrear. Se sentía inmensamente feliz en aquella lejana tierra de cerros y altiplanos, hasta que un día vino a visitarle un sufí de la orden Naqshabandi, que volvía de ver a su familia en las cumbres del Kurdistán turco. Y como todos los viajeros, al caer la noche se puso a hablar mientras tomaba una taza de té bajo la luna llena de verano. "



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