Devastación (fragmento)Tom Kristensen
Devastación (fragmento)

"Después pasaron a ocuparse del smorrebrod.
Pero era mucho más fácil pensar que hablar. «Seis». «Cuatro». «Je, je, ya te la he vuelto a pegar, maestro». «¿Y si probamos el cóctel?». «Mira, parece el Atlántico, creo, aunque no, uf, me recuerda a Canadá». Y P. el Chico temblaba de frío en su chaqué negro.
Oh, qué ambiente. El gramófono zumbaba. El ventilador ronroneaba. El confort se mascaba en el aire. Entraron unos cuantos parroquianos y se acomodaron en los taburetes altos que jalonaban la barra. Espaldas anchas, rollizas en torno a las caderas. «¿Cómo va eso, Lundbom?». Eran los de los seguros, que siempre llegaban a eso de las cinco. ¡Unos tipos estupendos! «Hola, Charley». «¡Bravo, viejo!». «¿Has estado jugando con alguna potrilla?». «No, soy un hombre virtuoso. Yo solo bebo». Y siguió una sonora risotada.
Sí, todo estaba en movimiento. Los discos se sucedían rápidamente en el gramófono.
En ese momento llegó el smorrebrod, y no les quedó más remedio que pensar seriamente en el aguardiente.
Ensordecido, Jastrau se recostó a disfrutar del estado flotante en que se hallaba. Un brillo ondulante jugueteaba con el latón, el cristal y la madera pulida. Parecía calma chicha. Pero, de pronto, un temporal podía sobrevolar amenazante la superficie espejada para desaparecer tan repentinamente como había venido. A veces sentía una necesidad imperiosa de descansar, dejar que todo fluyera, y entrar en acción, mostrarse hostil, amistoso, y luego, otra vez, olvidarlo todo de nuevo. Los estados de ánimo carecían de resonancia; las acciones, de eco. Se habían suspendido las consecuencias. Se había elevado hasta otro mundo donde las melodías americanas del gramófono eran el cuerpo de la vida, que discurría. I’ll sing a little tune.
[...]
Y reanudaron el juego de inmediato.
Jastrau perdía todo el rato. Estaba demasiado distraído. En algunos momentos, lo ofuscaba la rabia. ¡Cómo se atrevía Sanders! ¡Embrollado moralista! ¿A él qué le importaba? «Ninguna». «Dos». «Je, je, ninguna. Aquí no hay quien juegue». Ya iba siendo hora de que llamara a casa. Sabe Dios qué pensaría Johanne. ¿Llevaría esperándole todo el día? Debería llamar. Debería llamar. Pero seguro que tenía la voz pastosa. Johanne notaría de inmediato que estaba bebido. No era muy sensato llamar ahora. Y triunfó la sensatez.
«Una». «Ninguna». «Vaya, por fin ganas tú, maestro. Qué bien». Y triunfó la sensatez. Hora tras hora. Más tarde se trasladaron al restaurante y pidieron una cena que también se jugaron. Pero la iluminación era demasiado fuerte. Había demasiados manteles blancos que hacían daño a la vista y demasiadas caras radiantes y sobrias de mirada clara, una luz demasiado intensa, como el hielo y la nieve al sol. A pesar de que ocupaban un rincón muy discreto, todos se volvían a mirar a Jastrau, que se negaba a despojarse del abrigo.
Solo al volver al bar, con sus colores oscuros, retintos y rojos, con las mesas bajas y el monótono gramófono, entre clientes bulliciosos, se mitigó su inquietud. "



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