El otro (fragmento)Thomas Tryon
El otro (fragmento)

"El tranvía de Talcotts Ferry se detuvo en Church Street. Luego pasó por delante de la casa, con el estruendo metálico de las ruedas en los raíles, mientras el conductor tocaba la campana. Niles comprobó la hora que marcaba su reloj
Ingersoll e hizo un pequeño ajuste. A gran distancia, se oía el zumbido de un avión, que se alejaba del aeródromo, de camino a Nueva York.
Niles volvió a ponerse el reloj y se abrochó la correa. Levantó la cabeza y miró hacia la calle. Holland venía andando por los rieles. ¡Así que había cogido el tranvía otra vez…! Se acercó a ellos con toda normalidad, paseando por el césped. Dio unas cuantas patadas a los dientes de león y entrecerró los ojos para observar el avión, que volaba bajo y proyectaba una sombra gigantesca sobre Pequot Landing. El rugido de las hélices aumentó hasta tal punto que ahogó por completo la música de piano que salía de la casa vecina, la de la señora Rowe.
En ese momento, alguien salió a trompicones por la puerta trasera y bajó los escalones del porche. Era una anciana de pequeña estatura y cabello blanco, que agitaba sobre la cabeza una manta de viaje roja. A continuación, realizó una actuación muy entretenida —aunque muy extraña— que observaron con atención todos los ojos del cenador; y, según notó Niles, también los de Holland, que permanecía oculto por las hojas de la parra, con aquella mirada asiática en el rostro.
[...]
Seguía saltando de un lado a otro, en un cómico esfuerzo por que la vieran desde el avión; los espectadores seguían su evolución, con los cuerpos casi levantados de las sillas, observándola a través de las parras. La anciana estaba corriendo en círculos alrededor de un reloj de sol, intentando no pisar las begonias que bordeaban el césped; ahora corría en el sentido de las agujas del reloj, ahora en sentido contrario, ondeando la manta como si fuera la capa de un torero enloquecido.
Cuando el avión pasó directamente por encima de su cabeza y desapareció más allá de los árboles, la anciana se quedó desconcertada durante un momento. Dejó caer los brazos, con la manta colgando de la mano, mientras recuperaba el aliento. Luego se encogió de hombros, se alisó un mechón de pelo —la mano arrastró consigo la manta en aquel movimiento— y se abrió paso hacia la casa a través de los lechos de flores. Solo se detuvo un momento para inspeccionar un macizo de portulacas. "



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