La sombra de Lanzuri (fragmento)José Luis Urrutia
La sombra de Lanzuri (fragmento)

"Karim al-Madanii encontró la paz por medio de su vieja amiga, la poesía. Los versos descubiertos en su juventud y tantas veces leídos a lo largo de su vida le habían hecho asumir su realidad, conminándolo a afrontar su destino con una entereza que sin ellos le hubiera sido imposible.
Incluso ahora, en el nuevo y reconfortante sosiego, llegaba a comprender mejor la relación, la turbia relación mantenida con su esposa, y las razones que lo empujaron un día a repudiarla. Aquel tiempo turbulento, de ansiedades e inexplicables desazones, veía aflorar el origen que lo motivó. El nuevo sentimiento, incontenible como una tormenta, mostraba a la luz las miserias de aquel otro sentimiento, tan erróneo, tan frágil.
Jamás había sentido por su mujer lo que sentía por el esclavo; jamás, ni siquiera en los primeros tiempos de su matrimonio, cuando tantas cosas están por descubrir en el cuerpo de la amada, el deseo había sacudido sus sentidos como lo hacía ahora cada vez que contemplaba a Elías.
Subió al ático de la vivienda y, por el estrecho pasillo entre casas, observó la parte de la plaza que desde allí se veía. Los mercaderes recogían ya sus mercancías. Adivinó entre ellos a Elías, ayudando a Omar Ibn Alí, y su piel se erizó. Había estado tentado de bajar hasta el zoco, de verlo, de saludarle, pero reprimió el impulso. Había tomado una decisión y quería mantener las ideas lo más calmadas posible. El riesgo de lo que pensaba hacer le nubló la mente y le llenó el pecho de temores, pero no vacilaría. Dentro de una semana, el próximo día de mercado, acudiría al mismo y compraría dos grandes tinajas de barro, las más grandes que Omar tuviera; le pediría que Elías lo acompañase a llevarlas hasta la vivienda de su amigo Ibn Muhammad, en el arrabal grande, cosa que no harían, pues al otro lado de la puerta, atados a la muralla, les aguardarían dos caballos con los que, sin pérdida de tiempo volarían hacia la frontera. Nadie se extrañaría de un moro que arrastra a un cautivo, nadie preguntaría, nadie los detendría. Todo estaba calculado; en los días que quedaban vendería todo aquello que pudiera ser bien pagado; con ello y con sus ahorros podría comprar un par de buenos animales en la granja de Cañada Honda. Lo demás, libros, ropas, pequeños recuerdos, irían con él. La casa la cedería a Ibn Muhammad, su único amigo verdadero; dejaría orden al notario de que le entregase el documento al día siguiente de su partida, junto a la carta en la que le explicaría la verdad, toda la verdad. Sonrió tristemente imaginando la sorpresa del buen Harum. "



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