Envejece un perro tras los cristales (fragmento)Horacio Castellanos
Envejece un perro tras los cristales (fragmento)

"Paseo por el parque de Ueno, con la tristeza de la despedida. Contemplo las esculturas de Rodin en la explanada: El pensador, Adán, Eva, La puerta del Infierno, Los burgueses de Calais. Otra vez quedo demudado, ínfimo.
Salí con ella en tres ocasiones: una tarde a un museo, aquel mediodía a comer, otra noche a una lectura de poesía. Vive en un suburbio muy alejado del centro de Tokio; tiene un novio en una playa caribeña, al que visita cuando la oportunidad se le presenta; y padece la presión de acabar su tesis de doctorado.
Es menuda, trigueña y con una mirada de niña curiosa. Y si no fuera por sus largos silencios y la reverencia de sus gestos, quien escuche su acento podría creerla nativa de México. Ahora nos citamos para despedirnos. Comemos en una fonda barata. Luego aprovecho su compañía para hacer una gestión en la que hablar japonés es indispensable. Y recalamos por vez primera en mi habitación, donde prevalece el desorden de quien hace maletas. No quiere beber nada; se sienta en la cama mientras yo empaqueto una caja de libros y la observo de reojo. De pronto siento una intensa correntada, ganas de abalanzármele. Ella me ve con un parpadeo. Le pregunto si quiere llevarse consigo la lámpara de lectura, que compré a mi llegada a Tokio y no me cabe en las maletas. Ella dice que sí, y me da las gracias con una reverencia; luego vuelve a su silencio, a su mirada de niña curiosa. "



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