Los nombres de la luz (fragmento)Carlos Gardini
Los nombres de la luz (fragmento)

"Le colgó del cuello el medallón de la Triple Hélice que identificaba a los reos. La llevó hasta la puerta de la Morada del Vehículo. Nadando en el rugido de luz, Ema salió con pasos tambaleantes.
Compasión miró con afecto al intruso degollado. Se apretó el cuchillo contra el pecho, sintió el canto de la luz, el canto del acero. Tronchó cariñosamente las manos del intruso y las guardó en su bolsa de ofrendas.
Después de tres días de persecución, necesitaba un descanso.
Apiló ramas para cocinar los trozos selectos que había elegido para alimentarse. Preparó una pira para quemar el resto del cuerpo. El cuerpo debía ser anulado, extinguido, pulverizado, consumido. Las manos capturadas debían olvidar por completo que habían pertenecido a ese cuerpo. Las manos ungidas por el acero no debían sentir la tentación de renunciar a su nueva pureza.
Las llamas crepitaron en el aire de la tarde. Compasión aspiró el olor de la carne asada y el olor de la carne quemada. Echó hierbas sobre las llamas. Ah, el Inconcluso debía oler ese olor, saber que sus Invocantes lo llamaban, lo reclamaban. ¡Faltaba poco! El Inconcluso se resistía. A pesar de su poder, temía la encarnación. ¡Ah, la debilidad de los poderosos!
Al anochecer, bajo los mil ojos de la Araña de Fuego, Compasión saboreó la carne del intruso. No era particularmente agradable. Recordó a ese hombre torpe y fofo que había perseguido durante tres días.
Nunca habría entendido el sacrificio que había sido para ella. Compasión odiaba su andar desmañado, su figura desgarbada, su cara arrugada, y aun así lo había amado. El intruso había atravesado el Túnel de los Pasos Tambaleantes sin aprender nada. Había llegado a la Ramada sin aprender nada. ¿Habría muerto sin aprender nada? Compasión esperaba que en ese último instante hubiera comprendido que era un vehículo de redención. Su nombre le exigía tener esa esperanza.
Trataba de respetar las enseñanzas de Sebastián, aunque la tenían harta. Su alma sólo respetaba la pureza del acero. Anhelaba esa pureza, pero cada día se sentía más sucia. "



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