La cabeza de la Gorgona (fragmento), de Cuando la tierra era niñaNathaniel Hawthorne
La cabeza de la Gorgona (fragmento), de Cuando la tierra era niña

"Perseo miró ansiosamente a través de la obscuridad de la noche, y con seguridad, a poca distancia, vio a las Tres Mujeres Grises. Como la luz era tan escasa, no pudo darse cuenta exacta de qué caras tenían; sólo descubrió que sus cabellos eran largos y grises; y cuando se acercaron, vio cómo dos de ellas no tenían sino una órbita vacía en medio de la frente. Pero en medio de la frente de su hermana había un ojo brillante, que centelleaba como un diamante en una sortija, y tan penetrante parecía ser, que Perseo no pudo menos de pensar que poseía el don de ver en la media noche más obscura lo mismo que a mediodía. La vista de tres pares de ojos de persona estaba concentrada en aquel ojo único.
De este modo las tres ancianas se arreglaban, después de todo, casi tan cómodamente como si todas pudiesen ver a un tiempo. La que tenía el ojo en la frente llevaba a las otras dos de la mano, mirando intensamente en derredor suyo; tanto, que Perseo temía que pudiese atravesar con la vista la espesa zarza tras de la cual él y Azogue se habían escondido. ¡Decididamente, era terrible encontrarse al alcance de ojo tan penetrante!
[...]
Cuando Perseo se hubo calzado las dos sandalias maravillosas, se sintió demasiado ligero para andar por la tierra. Dio un paso o dos, y —¡oh, maravilla!— se levantó en el aire muy por encima de las cabezas de Azogue y de las Ninfas, y le costó mucho trabajo volver a bajar. Las sandalias con alas y todas las cosas de esta clase resultan muy difíciles de manejar hasta que uno se acostumbra a ellas. Azogue se echó a reír de la involuntaria ligereza de su compañero, y le dijo que era menester no apresurarse tanto, porque aún tenían que aguardar a que les trajesen el yelmo de la invisibilidad.
Las amables Ninfas sostenían el yelmo con su hermoso penacho de ondulantes plumas, dispuestas a ponérselo en la cabeza a Perseo. Y entonces sucedió el incidente más maravilloso de todos los que os vengo contando. El momento antes de que le pusieran el yelmo, allí estaba Perseo, joven, buen mozo, con ensortijada cabellera rubia y mejillas sonrosadas, con la retorcida espada en el cinto y el bien pulido escudo al brazo: figura que parecía hecha de valor, fuego y gloriosa luz. Pero en cuanto el yelmo se apoyó en su frente blanca, ¡nada se vio ya de Perseo! ¡Nada, sino el aire vacío! ¡Hasta el yelmo que le cubría con su invisibilidad se había desvanecido! "



El Poder de la Palabra
epdlp.com