La doctrina del Sainte-Victoire (fragmento)Peter Handke
La doctrina del Sainte-Victoire (fragmento)

"Me quedé unos cuantos días más en Provenza. A veces, demasiado solo; perdía el humor y los colores se debilitaban: palidez y falta de forma (una y otra vez al bajar). Una noche un hombre, atravesando la calle, vino hacia mí y dijo: «Te voy a matar». Miré sus manos, que estaban vacías: «No, no con el cuchillo». Logré encontrar su mirada y los dos anduvimos un pequeño trecho, como falsos compinches.
En el taller de Cézanne, junto al Chemin des Lauves, sus objetos se habían convertido en reliquias. Junto a los frutos de piel arrugada que había sobre el alféizar colgaba la levita negra y gruesa de mi abuelo, cuidadosamente colocada sobre la percha. En el café del Cours Mirabeau encontré a los Jugadores de cartas; habían extendido el tapete de juego sobre la mesa y eran distintos de los de los cuadros: con las mejillas rojas, habladores, casi nunca se paraban en el juego, y, sin embargo, eran exactamente iguales (con los párpados inclinados siempre sobre la carta). Yo estaba sentado al lado y leía el relato de Balzac Le chef d’oeuvre inconnu, que habla del pintor fracasado Frenhofer, en cuyas ansias por lograr el cuadro perfecto-real Cézanne se reconocía, y descubrí de qué modo lo francés (como cultura) había pasado a ser para mí una segunda patria –de la que, no obstante, estaba prescindiendo constantemente–. El Jas de Bouffan («la casa del viento»), que fue en tiempos la residencia que la familia tenía en el campo, un lugar de trabajo y un motivo del pintor, linda actualmente con la autopista de Marsella; detrás, una zona de edificios modernos que lleva el mismo nombre. «Consiga aislarse», se lee allí en un tablero de grandes dimensiones que anuncia una industria de insonorización de edificios. Pero el «Omniprix» de un supermercado lo leí yo entonces como el Omnipotens de una carta de Cézanne.
Una vez, fuera de la ciudad, me perdí entre la maleza y de repente me encontré delante de una presa que, desierta y azul, como un fiordo del norte, y con fuertes olas, estaba allí abajo, en el fondo del valle, y sobre la que en aquel momento volaba un enjambre de hojas secas. Una ráfaga de viento, como si fuera una bomba, pegó contra un árbol, y uno de los matorrales brillaba como si tuviera muchísimas hormigas. Sin embargo, me sentía rodeado constantemente por la belleza, de un modo tan intenso que tenía ganas de abrazar a alguien.
El último día, al fin se tomó la decisión de subir a la montaña que hasta entonces sólo había rodeado por abajo. El punto de partida era Vauvernagues, un pueblo que está en el valle del sinclinal norte de la cresta y donde el filósofo de este nombre había hecho esta observación: «Sólo las pasiones le han enseñado al hombre la razón». "



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