La soberana (fragmento)Nina Berberova
La soberana (fragmento)

"La infancia había comenzado a borrarse definitivamente de la cara de Sasha el año anterior, cuando se preparaba para presentarse a los exámenes del doctorado. Había sido una época de gran excitación, de un sentimiento de comunión amorosa con Jamier y con su propio futuro. La infancia desaparecía, pero estaba siendo sustituida por una dulzura nueva, ahora más madura. No era guapo, y sin embargo su rostro era de aquellos que se quedan grabados: ojos penetrantes, ampliamente separados, cara morena y delgada, frente amplia, cabellos oscuros y cuidadosamente peinados sobre su grande y bien proporcionada cabeza. Su nariz, cuyas ventanas no eran del todo regulares, era ligeramente prominente y cartilaginosa; los labios, gruesos e inquietos. Era alto, pero de constitución desaliñada. Debido a su estatura se encorvaba ligeramente, aunque era capaz, sobre todo cuando había la necesidad de hacerlo, de mantenerse recto, con tranquilidad y moderación, copiando involuntariamente los gestos de Jamier, su manera de andar, su risa, su forma de colocar la mano izquierda sobre la rodilla derecha, separando mucho el dedo índice del pulgar y, por extraño que parezca, estos gestos de hombre viejo le sentaban bien.
Estuvo durante algunos minutos pensativo, reflexionando sobre el libro, después sacó sus apuntes de una carpeta verde oscuro y se puso a escribir; sus pensamientos eran claros; en su casa, del otro lado de la pared, había tranquilidad; en la casa del vecino alguien golpeaba una cucharita contra un vaso. Trabajó durante un buen rato, ya hacia el final se sintió cansado y tuvo unos deseos tan impetuosos de dormir, que se apresuró a acostarse. Sobre la mesita vio el cuaderno cuadriculado de Katia, que le recordó aquella noche cuando, al despertarse sobresaltado y con la garganta seca, había farfullado los poemas. Le pareció que aquella noche había sido una noche feliz, y su pensamiento sobre los poemas, inocente. Ante este recuerdo, el sueño se retiró durante algún tiempo. Sasha apagó la luz y pensó que aquel día en su vida había sucedido algo que habría sido mejor evitar. Habría sido mejor que Zhanna, con su falsa virtud, volviera a él, que haber encontrado a aquella señorita segura de sí misma y voluntariosa, cuya mano se había posado sobre la suya.
Comenzó a pensar en Lena, y comprendió que había experimentado demasiadas pocas cosas como para poder tomar una decisión con respecto a ella.
Lena ocupaba sus pensamientos, o, más bien, no era ella: él era casi incapaz de imaginársela, tan poco la había visto. No, en sus pensamientos estaba él mismo con su nueva inquietud. Por un instante incluso se olvidó de su nombre... Comenzó a repasar las primeras impresiones: algunas eran de una vaguedad extraña, débiles. De esto ya se había dado cuenta incluso allá, en casa de los Shilovski; otras, en cambio, eran muy precisas, terriblemente ardientes. Se quedó dormido sin darse siquiera cuenta y, sin moverse, con una respiración apenas audible, durmió toda la noche con un sueño profundo. "



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