Mi vida querida (fragmento)Alice Munro
Mi vida querida (fragmento)

"Ella soltó una carcajada, y ¿qué otra cosa podía hacer?, pensó el invitado.
Se llamaba Howard Ritchie y, aunque fuera solo unos años mayor que ella, ya tenía esposa e hijos pequeños, como el padre había averiguado inmediatamente.
Las expresiones cambiaban muy rápido en la cara de Corrie. Tenía unos dientes blanquísimos y el pelo corto, rizado, casi negro. Pómulos altos que captaban la luz. No era una mujer blanda. Mucho hueso y poca carne, que era la clase de comentario que a su padre podía ocurrírsele a continuación. Howard Ritchie imaginó que pasaba mucho tiempo jugando al golf y al tenis. A pesar de que parecía deslenguada, intuyó que en el fondo tenía una mentalidad convencional.
Howard estaba dando los primeros pasos en su carrera de arquitecto. El señor Carlton insistía en referirse a él como arquitecto eclesiástico, porque en ese momento se encargaba de restaurar el campanario de la iglesia anglicana del pueblo. Un campanario que estaba a punto de caerse antes de que el señor Carlton acudiera al rescate. El señor Carlton no era anglicano, como él mismo recalcó varias veces. Pertenecía a la iglesia metodista y era metodista hasta los tuétanos, de ahí que en su casa no hubiese licores, pero no se podía consentir que una iglesia tan magnífica se viniera abajo. Inútil esperar que los anglicanos pusieran remedio: eran protestantes irlandeses de baja estofa, habrían derribado el campanario para poner cualquier pegote que afeara el pueblo. No tenían los cuartos, desde luego, pero tampoco entenderían que en vez de un carpintero hiciese falta un arquitecto. Un arquitecto eclesiástico.
El comedor era espantoso, por lo menos en opinión de Howard. Aunque estaban a mediados de los años cincuenta, daba la impresión de que allí todo siguiera igual que el siglo XIX. La comida no estuvo mal. El anfitrión, desde la cabecera de la mesa, no paró de hablar en ningún momento. Cabía imaginar que la chica estuviera harta, pero parecía más bien al borde de la risa. Antes de acabarse el postre encendió un cigarrillo. Le ofreció uno a Howard. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com